La estructura narrativa en Bernardo Estrada: Así nacieron los Evangelios.

Marcos es una narración privilegiada para observar el texto narrativo confeccionado con eventos verdaderamente ocurridos y narrados. Es la representación hecha con lenguaje de sucesos pasados de la vida, contados de viva voz, un pasado que primero se recuerda, seguramente se escriben algunas cosas y luego eso mismo se recoge en su conjunto y se escribe. Eso es lo que hizo Marcos y lo único que tenemos. El tiempo en que vivió el texto en su forma oral o mayoritariamente oral fue un periodo amplio para contar y recontar. Unos veinticinco años, para dar una cifra bastante aproximada. Desde que empieza hasta el momento en que Marcos escribe no ha pasado todavía una generación. De este periodo de oralidad y escritura perdida no queda documento alguno.

Del libro de Bernardo Estrada (BAC, 2017) tomo lo que me resulta familiar y cercano, el texto narrativo, al que se hacen constantes referencias indirectas. En los temas se transparenta la estructura narrativa, que me he dedicado a desvelar. Pero sobre todo en el capítulo VI, La redacción de los evangelios. Y del libro en general tomo lo que veo más acorde con la exposición que vengo haciendo del texto de la narración. En esta exposición he ejemplificado con Marcos, con el Quijote, dos narraciones supremas, y con María de Issacs, la mejor novela romántica en español. De Marcos, único evangelio del que me ocupo, pretendo tratar todas las unidades narrativas, y mostrar la estructura del texto, sin entrar en el contenido más allá de una lectura literal.

Es una ambición modesta, pues obliga a renunciar a lo que no sea lectura narrativa inmediata, algo muy poco corriente en los comentaristas, también en el ámbito de la literatura. Solamente hablo del contenido en su interpretación inmediata. Lo que dice y lo que no dice. Por ejemplo, si se lee que “llamó a los que quiso” y “constituyó a doce”, este número, del que no se da explicación alguna, tiene una interpretación literal, aunque no se diga nada explícitamente acerca del número, responde a las doce tribus de Israel, pero de esta elección se puede hablar extensamente por su potencial significado. Así Estrada dice entre otras cosas:

“Jesús escogió inicialmente a los discípulos, que lo siguieron desde el comienzo, vieron sus obras, oyeron sus palabras y pudieron ser testigos de su vida y de su enseñanza. El hecho de que un maestro en Israel escogiera sus propios discípulos era, algo fuera de lo común. De ordinario los discípulos o aspirantes a maestros en Israel -personas
interesadas en conocer mejor y estudiar la ley- escuchaban diversos rabinos hasta que se quedaban con el que les parecía más adecuado a sus exigencias y aspiraciones, o lo abandonaban cuando querían. Aquí en cambio es Jesús quien escoge: la iniciativa está de su parte, entre otras cosas porque entiende el seguimiento en un sentido profético. No se le sigue solamente porque fuera un Rabí conocido, sino porque Jesús posee una autoridad carismática. La concisión de Marcos revela una tradición antigua: «Subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron donde él. Instituyó Doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar» (Mc 3,13s; c. Lc 6,13). El evangelista parece indicar que ellos conforman un grupo más íntimo, delimitado, que constituye de alguna manera su casa: de hecho, a veces los llama su verdadera familia (cf. Mc 3,31-51). Jesús los escogió para que vivieran con Él, asimilando su enseñanza, y pudieran, a su vez, predicar, como sucedió…»

La narración, hablando en general, es asunto de lenguaje, es una forma universal y primaria de usarlo. Lo elemental es la comunicación oral, estando presentes los hablantes, y poco después, en esa comunicación presente, se habla del pasado, se cuenta y se representa lo sucedido. Representarlo con historias es la forma de hacerlas de nuevo presentes.

Un hecho sucedido, como su nombre indica, se cuenta o se representa un tiempo posterior a su término. Las narraciones comienzan en un punto del pasado y terminan en otro punto del pasado. El suceso o historia ha tenido que alcanzar su acabamiento. No se puede representar lo que no ha acabado de suceder, el término final es algo esencial en toda narración. Esto es asunto conocido. Si un lector de novela no conoce el final, espera con intriga alcanzarlo y está en ello. Y la ficción se presenta como si todo hubiera ocurrido y terminado en el pasado.

En un relato histórico como el de Marcos pasa lo mismo y desde el punto de vista de la estructura del texto no hay diferencia entre lo que es ficción y lo que es realidad histórica. Y, además, el texto no lo dice y si protestara el autor diciendo que lo que se representa fue verdad rigurosa, hay que probarlo por fuentes ajenas, porque el texto mismo no lo puede garantizar.

Además, el final es lo que va a dar sentido a los pasos del argumento. En el transcurso de la historia se conocen hechos, pero con un sentido pendiente, que se completa al final. Esto ocurre en toda narración y ocurre en el relato de Marcos y no solo en el relato, sino en la misma realidad de lo sucedido. Los personajes reales representados, pudieron entender mejor los acontecimientos después de lo escrito y pueden estar vivos para contrastarlo. Los protagonistas no entienden hasta el final del todo lo que pasa. Lo mismo que el lector y más aún el de Marcos, porque aparecen acciones que no pertenecen a la vida en su condición ordinaria.

Teniendo en cuenta esta condición general de los relatos, se puede deducir fácilmente que el núcleo narrativo importante del texto de Marcos es el final de la vida de Jesús, Tiene que ser lo primero que se sabe y que se cuenta, antes que los sucesos anteriores, y estos reflejan la dependencia que tienen con el final. Esto lo muestra el texto y se puede ver con el simple análisis textual de la narración. Lo dice misma estructura sin más explicaciones. Y es asunto claro si se conoce el proceso de narrar. Todo el contenido de la narración está elaborado después de los suceso finales y todo lo que se cuenta tiene la impronta del final.

Las unidades escogidas por Marcos pertenecen a la tradición oral que comienza después de la muerte, sepultura, sepulcro vacío y apariciones de Jesús. Marcos no las escribe de primera mano, son las ya las contadas en la tradición. Aunque esbozos de esas narraciones tengan lugar antes. Naturalmente tiene que ser así, porque es impensable que el ciego no contara cómo recobró la vista una y mil veces, enseguida de ser curado. Pero su relato será mejor conocido, será el mismo pero impregnado del final que es común a todos.

El valor de Marcos no es su perspectiva personal de los hechos, su aportación, más que teología, como se suele argumentar, es la agrupación de unidades narrativas según un plan, en una secuencia. Para para esta articulación toma como estructura el orden temporal y el orden geográfico. Es un trabajo imponente y original, porque los relatos estaban dispersos o malamente agrupados. Su trabajo puede resultar luego familiar y fácil una vez realizado, pero diseñarlo por primera vez es una creación de categoría. Esto nos da como resultado las cien unidades empalmadas. Cito luego a Bernardo Estrada, que él aplica a los cuatro evangelios y yo al de Marcos:

Marcos contiene narraciones de muchos hechos anteriores al hecho principal y final que los unifica. Los últimos días de Jesús, la muerte, el enterramiento, la sepultura vacía que son el punto culminante y final. Las narraciones en la historia y en la literatura, por lo general, acaban con la muerte del protagonista, un hecho que no puede tener continuidad y por eso es término del relato. Pero en Marcos, cuando en el capítulo dieciséis se relatan hechos que realiza Jesús resucitado, el relato ha terminado y no ha terminado. Pero los relatos que terminan con la muerte, este también, formalmente, no continúan.

Este final, de muerte y resurrección es completamente único en las narraciones de hechos históricos, hay que tenerlo presente al examinar las cien unidades narrativas, que son sucesos anteriores, de una tradición oral que comienza después de alcanzado el final. En las unidades se encuentran hechos de la normalidad de la vida y a su lado, otros que están fuera de la normalidad, que solo se explican con el final. Hechos que no pueden calificarse de extraordinarios, porque están fuera de lo ordinario. Andar sobre las aguas del lago no es una acción extraordinaria, sino imposible en el plano ordinario.

Marcos es narrador solo a medias, porque lo que ha hecho no es escribir de primera mano, sino recopilar, juntar, poner en orden, agrupar, relatos conocidos y contados de palabra, repetidos, durante el periodo oral que precedió. Relatos que contaron testigos o repiten los que oyeron. No sabemos quiénes son, de ellos que no queda su nombre, puesto que el que cuenta o repite, no se considera autor del relato, no lo pone a su nombre. Esto lo hizo también Marcos, no se atribuyó el imponente trabajo que hizo. Dice Bernardo Estrada.

“Los Evangelios narran la historia de Jesús en perícopas, unidades literarias y escenas anecdóticas que no solamente contribuyen, por medio de su colocación en el texto, a formar la historia que contienen los libros, sino que cada una de ellas por si misma contiene en cierto modo la persona y la historia de Jesús. Para ser explicadas, cada una de estas perícopas no tienen necesidad de los acontecimientos anteriores; casi ninguna se refiere a acontecimientos posteriores en los que encontraron su despliegue lo que ha tenido lugar.” Y añade en una cita: los Evangelios consiguen siempre mantenernos bajo el halo de luz de una escena que se basta a ella misma.

Un punto de interés es hacerse cargo de cómo fue la transmisión en este periodo predominantemente oral. El que fue testigo y protagonista cuenta a quién se lo pregunte y a quien no se lo pregunten. Es la vida no controlable. Cuentan los que fueron seguidores fieles de Jesús y lo predican los que fueron escogidos para ello, con la autoridad de esa elección. La sociedad que forman los seguidores de Jesús tiene los elementos de autoridad y organización. Por lo tanto, su predicación da cierta forma a los relatos en ese periodo de oralidad. Pero no es lo único ni puede estar aislado de la que dicen los testigos y repiten los oyentes. Pero aparte de las deducciones generales, el cómo se transmitió, es asunto perdido en sus detalles.

El último punto al que quería hacer referencia se expone en el capítulo II, 3 De los dichos a las narraciones, que comienza así: “Habiendo empezado los discípulos a preservar las palabras de su maestro, es natural que quisieran también conservar, como complemento, las narraciones acerca de su persona.” Afirmación exactamente contraria lo que es un texto narrativo o de narraciones. Pero se ve luego que Estrada no asume esta afirmación y la atribuye a cierto estudioso de gran autoridad. Pero en muchas ocasiones y en otros lugares se hace esta separación entre hechos y dichos. Pues bien, desde la óptica del texto narrativo, y Marcos lo es plenamente, forman una unidad estructural indisociable. La narración es la representación de los hechos pasados, o no presentes por ser ficticios. Representación de la conducta. Eso es narrar.

Lo que se lee en Marcos son acontecimientos. No son discursos de doctrina, palabras de un maestro o lecciones para conservar. Son sucesos que se componen con acciones seguidas y entre las acciones se encuentran las de hablar. Todo se representa, y todo con palabras. Los hechos con sus signos correspondientes que son principalmente los verbos. Y el hablar, otros hechos, con las palabras dichas. No exacta o taquigráficamente, pero con palabras dichas. Se representan, elaboradas como diálogos, las mismas palabras, o las reporta un narrador con las suyas. Y los hechos que no son palabras se representan con signos, que no tiene la naturaleza icónica de los diálogos.

Tiene este libro otros muchos puntos de interés de los que ya no me ocupo.

José Antonio Valenzuela Cervera
Granada, septiembre 2020

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