El Asedio

SÁNCHEZ ADALID, 30 DOBLONES DE ORO, LIBRO VII

Capítulo 3 EL ASEDIO (texto completo)

Amaneció con estrépito de pisadas, voces y agudos silbidos de pífanos. Siguió un silencio expectante, que se alargó durante un rato largo y extraño. Tras el cual, de repente, los gritos arreciaron en las torres:
—¡Ya vienen! ¡Nos atacan! ¡Alerta! ¡Alerta!
Estalló en todas partes la agitación, el desorden y el desconcierto, mientras las campanas iniciaron el pertinente toque a rebato y las cornetas enloquecían resonando en los muros; y al fondo, como un rugir lejano y a la vez próximo, el vocerío y los tambores de los moros.
—¡A las armas! ¡Todo el mundo a las almenas! ¡Preparad las mechas! ¡Apuntad! ¡Esos cañones! ¡Todos los cañones mirando al sur! ¡Que nadie dispare hasta que se dé la orden!
Una tropa de soldados, a la carrera, venía desde la ciudadela para apostarse en las defensas de la parte sur de la fortaleza, los oficiales gritaban las órdenes a voz en cuello y los tambores las transmitían. Arriba las mechas encendidas centelleaban en el crepúsculo y el aire de la madrugada parecía estar impregnado de incertidumbre y temor. Las mujeres, los ancianos y los niños corrieron a cobijarse en los sótanos; y en la plaza desangelada nos quedamos únicamente los hombres sanos y jóvenes, esperando a que alguien viniera a decirnos lo que teníamos que hacer.
Se presentó allí el alférez Juan Antonio del Castillo, sudoroso y aturdido, acompañado por un cabo todavía más joven que él. Nos miraron, pensaron, titubearon, y el alférez acabó diciendo:
—¡¿Qué hacéis ahí parados?! ¡Todo el mundo arriba! ¡Arriba! ¡A las almenas!
—¡No tenemos armas! —repuso alguien—. ¿No van a darnos nada para defendernos?
El joven alférez vaciló, como dudando, miró a su ayudante y le ordenó:
—¡Corre a la intendencia! ¡Que traigan inmediatamente cincuenta mosquetes, munición, pólvora…! ¡Corre! No había acabado de dar la orden cuando estalló arriba un cañonazo… ¡Luego otro!… Y una fuerte voz gritó: —¡Fuego! ¡Disparad!
Un tronar de explosiones y tiros brotó en medio de una nube de humo negro, a la vez que nos llovían encima piedras, pedazos de plomo y otros proyectiles. Corrimos a protegernos bajo los soportales y desde allí vimos el ajetreo en las almenas: la carga de los cañones, el acarreo de las balas, el encendido de las mechas, los estampidos…
No había pasado media hora cuando se oyó gritar:
—¡Se retiran! ¡Se van! ¡Alto! ¡Alto el fuego!
Siguió una calma, con toses y carraspeos entre el humo denso, algún disparo suelto y después el silencio total.
—¡Vamos arriba! —dijo alguien.
Siguió una calma, con toses y carraspeos entre el humo denso, algún disparo suelto y después el silencio total.
—¡Vamos arriba! —dijo alguien.
Subimos a las almenas y vimos a lo lejos el polvo que dejaban atrás en su retirada los asaltantes. Algunos caballos sueltos vagaban en desamparo por la ladera, pasando entre los cadáveres que yacían sobre la hierba aplastada. Abajo, en el llano, los moros se concentraban junto a su campamento.
—¿Hay alguna baja? —preguntó el alférez.
—¡Aquí, señor!
Traían a un muchacho herido. Una bala le había rozado la cabeza, por encima de la oreja; tenía el pelo pegado a la herida y un viscoso chorro de sangre oscura le caía por la mejilla y el cuello, hasta empaparle la camisa; pero la cosa no parecía ser demasiado grave.
—Llevadlo a la enfermería —mandó el alférez.
Un rato después llegaron a la plaza dos carretones con nuestras armas. A los que nunca habíamos tenido un mosquete en las manos nos dieron cuatro instrucciones básicas: la manera de agarrarlo, la carga, la mecha, el disparo… A cada cual se le asignó su puesto en las defensas, con severa indicación de no disparar hasta que se diera la orden. Había poca munición y no se debía desperdiciar.
A pleno sol, a resguardo de mi almena, me quedé yo en el sitio que me fijaron, al lado de un soldado viejo que debía aleccionarme en aquellos menesteres de la guerra tan desconocidos para mí.
En mi absoluto desconcierto, le pregunté:
– ¿Cómo ve vuestra merced la cosa?
Aguzando sus ojos de aguilucho hacia donde estaba el enemigo, oteó primeramente el panorama, y luego respondió con mucha circunspección:
—¡Quiá! Son cuatro moros piojosos… Han hecho un amago para ver cómo andábamos de fuerzas…
 —¿Entonces?
—Cualquiera sabe

Fin

Relación entre núcleo y diálogo

En mi libro NARRACIÓN. TRAMA DEL TEXTO, en el capítulo 4: “Los Diálogos”, puede leerse materia que interesa para esta entrada (acceder al capítulo).

 El asunto que me ocupa es la relación entre el núcleo y el diálogo. Estos dos estratos son representación, pero difieren en la lengua que emplean. La lengua del núcleo es lenguaje de representación narrativa y la lengua de los diálogo es la lengua del hablar. Un hablar que no es el discurso del hablar, sino representación de ese discurso real.  Esta distinción entre el hablar del discurso verdadero y el hablar representado de ese discurso es importante por la naturaleza de su entidad, pero desde el punto de vista lingüístico no vale, porque son idénticos. Por lo tanto, el texto completo de la narraciòn tiene que abordarse con dos métodos. El que se emplea para los estratos de reprentación narrativa, no vale para analizar el hablar de los personajes. Este hablar es lengua irrestricta y la representación narrativa no, porque está limitada por el subsistema verbal de los tiempos narrativos.

La conexión entre el núcleo y el diálogo lo planteo en este ejemplo, desde la perspectiva de la articulación temporal de la historia. En el capítulo 3 de la novela se relata un suceso, solo uno: el asedio a la fortaleza La Mamora. Las acciones de que se compone su argumento están repartidas, unas en la serie verbal y otras son las del lenguaje directo. El estilo directo interrumpe el ritmo de la serie verbal, pero no la sucesión en su orden, la continuidad de la historia. Este es el punto de interés para leer el capítulo: analizar la función que cumple el lenguaje directo en la articulación temporal del argumento.

Para observarlo y para que lo estudien los alumnos escritores y practiquen con ello, haré las siguientes operaciones sobre el texto:

Primero, identifico los estratos: el núcleo, segundo plano de imperfectos, (que en su mayoría son argumentales o de acciones) y el lenguaje directo o los diálogos.

Segundo, retiro el segundo plano.

Tercero, deslindo en dos piezas el núcleo y los diálogos.

Cuarto, simplifico el núcleo, tomando solo el perfecto simple y sus complementos inmediatos

Quinto, presento, ya realizado esto último, las dos piezas con la separación conveniente, para visualizar el contraste entre el núcleo y los diálogos.


El paso segundo: en el que se retira el segundo plano de imperfectos, aquí señalado

Amaneció con estrépito de pisadas, voces y agudos silbidos de pífanos. Siguió un silencio expectante, que se alargó durante un rato largo y extraño. Tras el cual, de repente, los gritos arreciaron en las torres:
—¡Ya vienen! ¡Nos atacan! ¡Alerta! ¡Alerta!
Estalló en todas partes la agitación, el desorden y el desconcierto, mientras las campanas iniciaron el pertinente toque a rebato y las cornetas enloquecían resonando en los muros; y al fondo, como un rugir lejano y a la vez próximo, el vocerío y los tambores de los moros.
—¡A las armas! ¡Todo el mundo a las almenas! ¡Preparad las mechas! ¡Apuntad! ¡Esos cañones! ¡Todos los cañones mirando al sur! ¡Que nadie dispare hasta que se dé la orden!
Una tropa de soldados, a la carrera, venía desde la ciudadela para apostarse en las defensas de la parte sur de la fortaleza, los oficiales gritaban las órdenes a voz en cuello y los tambores las transmitían. Arriba las mechas encendidas centelleaban en el crepúsculo y el aire de la madrugada parecía estar impregnado de incertidumbre y temor. Las mujeres, los ancianos y los niños corrieron a cobijarse en los sótanos; y en la plaza desangelada nos quedamos únicamente los hombres sanos y jóvenes, esperando a que alguien viniera a decirnos lo que teníamos que hacer.
Se presentó allí el alférez Juan Antonio del Castillo, sudoroso y aturdido, acompañado por un cabo todavía más joven que él. Nos miraron, pensaron, titubearon, y el alférez acabó diciendo:
—¡¿Qué hacéis ahí parados?! ¡Todo el mundo arriba! ¡Arriba! ¡A las almenas!
—¡No tenemos armas! —repuso alguien—. ¿No van a darnos nada para defendernos?
El joven alférez vaciló, como dudando, miró a su ayudante y le ordenó:
—¡Corre a la intendencia! ¡Que traigan inmediatamente cincuenta mosquetes, munición, pólvora…! ¡Corre! No había acabado de dar la orden cuando estalló arriba un cañonazo… ¡Luego otro!… Y una fuerte voz gritó:
—¡Fuego! ¡Disparad!
Un tronar de explosiones y tiros brotó en medio de una nube de humo negro, a la vez que nos llovían encima piedras, pedazos de plomo y otros proyectiles. Corrimos a protegernos bajo los soportales y desde allí vimos el ajetreo en las almenas: la carga de los cañones, el acarreo de las balas, el encendido de las mechas, los estampidos…
No había pasado media hora cuando se oyó gritar:
—¡Se retiran! ¡Se van! ¡Alto! ¡Alto el fuego!
Siguió una calma, con toses y carraspeos entre el humo denso, algún disparo suelto y después el silencio total.
—¡Vamos arriba! —dijo alguien.
Siguió una calma, con toses y carraspeos entre el humo denso, algún disparo suelto y después el silencio total.
—¡Vamos arriba! —dijo alguien.
Subimos a las almenas y vimos a lo lejos el polvo que dejaban atrás en su retirada los asaltantes. Algunos caballos sueltos vagaban en desamparo por la ladera, pasando entre los cadáveres que yacían sobre la hierba aplastada. Abajo, en el llano, los moros se concentraban junto a su campamento.
—¿Hay alguna baja? —preguntó el alférez.
—¡Aquí, señor!
Traían a un muchacho herido. Una bala le había rozado la cabeza, por encima de la oreja; tenía el pelo pegado a la herida y un viscoso chorro de sangre oscura le caía por la mejilla y el cuello, hasta empaparle la camisa; pero la cosa no parecía ser demasiado grave.
—Llevadlo a la enfermería —mandó el alférez.
Un rato después llegaron a la plaza dos carretones con nuestras armas. A los que nunca habíamos tenido un mosquete en las manos nos dieron cuatro instrucciones básicas: la manera de agarrarlo, la carga, la mecha, el disparo… A cada cual se le asignó su puesto en las defensas, con severa indicación de no disparar hasta que se diera la orden. Había poca munición y no se debía desperdiciar.
A pleno sol, a resguardo de mi almena, me quedé yo en el sitio que me fijaron, al lado de un soldado viejo que debía aleccionarme en aquellos menesteres de la guerra tan desconocidos para mí.
En mi absoluto desconcierto, le pregunté:
– ¿Cómo ve vuestra merced la cosa?
Aguzando sus ojos de aguilucho hacia donde estaba el enemigo, oteó primeramente el panorama, y luego respondió con mucha circunspección:
—¡Quiá! Son cuatro moros piojosos… Han hecho un amago para ver cómo andábamos de fuerzas…
 —¿Entonces?
—Cualquiera sabe…

El paso quinto: el núcleo abreviado y el diálogo marginado a derecha

Presento la confrontación del núcleo reducido con los diálogos, sin alterar la sucesión temporal, indentándolos para hacer más visual la estructura. El núcleo está reducido, sin omitir ninguna acción de la serie temporal.

Amaneció con estrépito de pisadas,
Siguió un silencio expectante
se alargó durante un rato largo
los gritos arreciaron en las torres
                                               —¡Ya vienen! ¡Nos atacan! ¡Alerta! ¡Alerta!
Estalló en todas partes la agitación,
las campanas iniciaron el toque a rebato
                                              —¡A las armas! ¡Todo el mundo a las
                                               almenas!
                                               ¡Preparad las mechas!
                                              ¡Apuntad!
                                               ¡Esos cañones!
                                              ¡Todos los cañones mirando al sur!
                                               ¡Que nadie dispare hasta que se dé la orden!
Las mujeres, los ancianos y los niños corrieron a cobijarse
en la plaza nos quedamos los hombres
se presentó allí el alférez Juan Antonio del Castillo, acompañado por un cabo
Nos miraron,
pensaron,
titubearon, …
                                              —¡¿Qué hacéis ahí parados?! ¡Todo el mundo arriba!                                               ¡Arriba! ¡A las almenas!
                                              -No tenemos armas-repuso alguien-
                                              ¿No van a darnos nada para defendernos?
No había acabado de dar la orden cuando estalló arriba un cañonazo… Y una fuerte voz gritó:
                                              —¡Fuego! ¡Disparad!
brotó en medio de una nube de humo negro,
Corrimos a protegernos bajo los soportales
vimos el ajetreo en las almenas
Siguió una calma con toses y carraspeos
                                              —¡Vamos arriba! —dijo alguien
Subimos a las almenas
vimos a lo lejos el polvo
                                              —¿Hay alguna baja? —preguntó el alférez.
                                              —¡Aquí, señor!
                                              —Llevadlo a la enfermería —mandó el alférez.
llegaron a la plaza dos carretones con nuestras armas.
nos dieron cuatro instrucciones básicas
A cada cual se le asignó su puesto en las defensas,
me quedé yo en el sitio que me fijaron, al lado de un soldado viejo
le pregunté:
— ¿Cómo ve vuestra merced la cosa?
—¡Quiá! Son cuatro moros piojosos…
Han hecho un amago para ver cómo andábamos de fuerzas…
—¿Entonces?
—Cualquiera sabe…

Sugerencias:

Con el ejercicio de estas operaciones, que se pueden pedir a los alumnos, se gana un conocimiento del texto importante. De modo que no es aconsejable, a mi parecer, darlas ya hechas.

Como el punto de vista, para estudiar el texto del diálogo en este ejemplo, consiste en observar su función en la trama de los hechos, hay que recorrer con la lectura el núcleo y el diálogo, y analizar la función que cumplen las intervenciones habladas. Hay pasajes que contienen hechos de la trama y otros que son hechos meramente ambientales,

A efectos de lo que significa aprender a escribir, cabe calibrar lo que se pone con diálogos y lo que se da en el estrato narrativo. Puesto que la materia argumental y temporal de la historia se reparte en estos estratos. Y puede hacerse de otra manera. Asunto que permitiría el ejercicio de reescribirlo con reparto diferente, poniendo otras intervenciones o redactando algunos diálogos en versión de representación no hablada.

José Antonio Valenzuela Cervera

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