Artículo del 5 de noviembre de 2017, revisado en abril de 2019, abril de 2020 .
¿Cuál es lugar del del narrador en la narración?
Si se trata de una representación histórica y el narrador, por tanto, es una persona real, tiene o tuvo la capacidad de una hablar real, pero su hablar no pertenece al mundo real en el texto narrativo. Se da en el texto un hablar suyo que, en el conjunto de la narración, ocupa un lugar subordinado a la representación. En lo representado no habla nadie (los personajes se entiende que sí, entre ellos), de tal modo que el hablar del narrador no rompe la incomunicación que da entre espectadores y mundo representado. Esto es lo que significa estar subordinado.
Tenemos dos ordenaciones: si el orden primero es hablar, la representación es continua mención del pasado y no despega como representación, está subordinada a la persona real hablante, que domina; permanece inalterada la comunicación lingüística. Si el orden primero es la representación, contemplación, por tanto, el hablar tiene que desaparecer; o bien, ocupar un plano secundario y subordinado. Y tampoco despega, por decir así, una real comunicación entre personas.
Por esto digo que el habla que se escucha, cuando se contempla un relato es una voz narradora inmanente. Porque la contemplación es incompatible con una comunicación hablada real.
Si se trata de una representación ficticia, es lo mismo y no supone diferencia alguna con respecto a la representación de algo hitórico. Salvo que, a lo ya dicho de la ordenación primordial entre hablar y representar, hay que añadir un factor extralingüístico: como el que los rasgos del peronaje ficticio, el Gato Félix, hagan imposible que sea persona real y pueda contar su historia. Con él es imposible que se establezca una comunicación real.
El escritor del texto narrativo histórico y el del texto ficticio son personas reales. Pero entendemos por narración el dominio completo y primordial de la representación. En ella, a su lado, no desde ella, puede aparecer un hablante. En los dos casos inmanentes.
Sin duda, el narrador es un hablante como los actores lo son entre sí, pero solo habla del mundo representado y sus oyentes, son espectadores, la comunicación es aparente. Y entre ambos hay una mampara de separación. Se oye, pero no hay contacto. Es la comunicación imitativa, la propia del espectáculo. Los espectadores escuchan como oyentes, pero no son interlocutores con el narrador. No se encuentran en real situación comunicativa. Tanto la voz del narrador como la representación están al otro lado de la mampara de separación con los espectadores. Por tanto, lo que tenemos en la narración ficticia y en la narración de asuntos reales es una inauténtica comunicación hablada.
El narrador no es propiamente un hablante del mundo real y el lector no es un oyente del mundo común. Es un oyente en el mundo ficticio. Él se ha metido en ese mundo, abdicando de la realidad. Y logrará desde ese mundo una visión nueva de la misma realidad de la que ha salido, pero no la recibe como mensaje lingüístico.
Cuando una persona entra en el teatro, se pone a leer una novela o lee un texto histórico narrado, abre como espectador un paréntesis en el tiempo del mundo actual. Entra en el mundo de lo representado con una imagen.
Quizá en la narración escrita aparece una voz que se dirige al lector, le mete en lo representado y le saca de la realidad. Aunque la contemplación de esa imagen no necesita ninguna voz introductora. Pero, en cualquier caso, el lector se ha convertido en espectador de un mundo representado y vive en la imagen de esa ficción representada. Esta situación es de comunicación imitativa, que no es la comunicación primordial del lenguaje. Esta deficiente comunicación que se da en la novela es la estructura de la comunicación narrativa, título que di a mi tesis doctoral del año 1978.
José Antonio Valenzuela
