El origen del sistema verbal narrativo

Añado algunos matices y reviso esta materia ya tratada.

En el texto de la representación no aparecen los tiempos de la Esfera de Presente –por razón de su mismo origen: porque la representación se origina al hablar del pasado. Por ello el presente y su esfera de tiempos no aparece. Por lo tanto, el tiempo grado cero, punto origen de las coordenadas temporales, es el indefinido. El pretérito perfecto simple o indefinido es el centro de coordenadas temporales. Es presente, o se convierte en presente, pero no al modo del presente de indicativo en la enunciación.

En la ennciación, el sujeto hablante, actualiza el lenguaje. Como el hablante se encuentra permanentemente en presente por definición, el presente es él, todos sus actos, uno tras otro, son presentes. El verbo que emplee, deíctico, señalador de su tiempo enunciador, es origen de coordenadas y sobre él se marcan los momentos y distancias, con marca gramatical de pasado próximo, remoto, antepasado, etc. Este tiempo, presente de indicativo, organiza como centro todo el sistema verbal. Pero en la representación no es así.

La representación no tiene hablante y todo es potencialmente presente. La actualización la hace el lector. El lector está en su presente, como lo está el emisor en su hablar. El presente del lector, persona real, es el acto de su lectura o su contemplación, ante él desfila lo representado. Como la lengua de la representación no la produce un enunciador hablante, no existe relación entre hablante-lengua o hablante-oyente. Es atemporal.

Nadie habla y la lengua de la representación no está actualizada en el tiempo. La actualiza un lector. El lector no es un hablante, es espectador. Él realiza un acto como espectador. Es persona real y tiene un presente vivo lector, como propio de una persona real. Actualiza la lengua en él, en su tiempo. Este fenómeno, este modo de actualizar la lengua, es precisamente lo inverso a la enunciación. La inversión de los términos es esta: emisión de lengua – lenguaje emitido, es la primera realización; la segunda realización es inversa: lengua no emitida -apropiación de lectura.

En la enunciación.

El hablante emisor desde su permanente presente, en sus continuos actos de hablar, realiza el anclaje de la palabra en el tiempo de sus actos. Esto significa, dicho de otra manera, que él actualiza la lengua que emite. Su acto es fundante, originario, deíctico ad oculos. Él hace el señalamiento temporal con el signo adecuado de su enunciación (los tiempos del verbo empleado) . Ese acto originario, por su naturaleza, tiene que ser presente, y lo es en relación con el presente vivo del hablante. Pero el sistema interno de las relaciones temporales de la lengua toma este tiempo, el presente de indicativo, como centro axial, grado cero, origen de coordenadas temporales en el interior de la lengua. En principio toda enunciación está en presente, por el acto que la origina, por lo que el señalamiento de este tiempo no necesita marca gramatical, es la forma no marcada, el presente de indictivo.

El presente es forma no marcada. Para que el señalamiento no sea presente hay que marcarlo gramaticalmente, por ejemplo, el pretérito marcado. La marca del pretérito es otro valor temporal y señala, desde el presente de la enunciación, el pasado. Porque, naturalmente, el pasado se marca desde el presente del acto de enunciación. Las enunciaciones como actos de habla, son siempre indicadoras del presente. Y si el emisor, usándo la lengua, emplea un signo marcado, como pasado o futuro, entonces será otro momento referenciado en su presente. El presente no se marca, el no-presente sí. No hay pasado sin presente. Los tiempos pretéritos o futuros presuponen el presente. La conjugación es un sistema de tiempos.

La lengua la actualiza la persona que enuncia. Las referencias internas del lenguaje están vinculadas al presente de indicativo, grado cero de todas las relaciones temporales. Tempus fugit, pero los actos enunciativos del hablante son siempre presentes. En la fuente originaria del hablar queda la lengua actualizada. En los innumerables y sucesivos actos enunciativos se va actualizando el discurso presente. Esta fuente originaria en un hablar es el anclaje egocéntrico, el señalamiento temporal deíctico.

En la representación.

Si nadie enuncia, la lengua no está actualizada. Pero puede estar ahí como objeto. La representación es como un objeto confeccionado con palabras, tendrá un confeccionador o un origen humano, un «hablante«, pero que no habla nada. No es misteriosa, a mi entender, la formación de la representación desde el hablar. El que cuenta una historia confecciona la representación de los sucesos; una vez construida es un objeto. La representación ya no necesita hablante, del mismo modo que la escultura terminada no necesita al escultor. Si se contó algo real por lo mismo puedo inventarlo, y hacer la representación de algo ficticio ¡qué más da! El asunto es que una representación, sea ficticia o real, desplaza y anula el hablar. El hablar y la representación, son enteramente incompatibles. ¿Qué es lo que sucede o ha sucedido?

Describo lo que me parece más verosímil en el proceso de formar la representación: Nace a partir de contar un suceso pasado. Por el hablar común y coloquial, cuando se pide que relate lo pasado, se llega a representar ese suceso. Lo primero es el hablar común, lo derivado la representación narrativa: una representación no necesita hablante, porque es lo contrario al fenómeno de hablar. Y se desplaza la atención, primero se ha escuchado a quien hablaba, luego no se le escucha y se desplaza la atención a la historia representada, y esta viene a ser lo primario. Es una actividad distinta a la de escuchar. En la representación lo equivalente al hablar es la lectura, la lengua es anterior y el oír posterior. Se invierten los términos. En el habla el hablar es primero la lengua es posterior. Un fenómeno de deslizamiento entre dos actividades.

Cuando lo primario es la representación – es lo quiere un niño cuando pide un cuento -, el hablar queda relegado por la representación, que desplaza al hablante. Deja de hablar o al menos deja que la representación cobre protagonismo , se subordina a ella. Los espectadores permitirán que hable algo, pero prefieren que se calle. Y, en realidad, el mismo hablante contador de la historia pasa a ser comentador de su propia representación. La contempla también. La comunicación lingüística queda disuelta, sigue hablando, pero su hablar es un hablar frente a lo representado. El oyente es arrastrado por el mundo representado, le arrebata el suceso. Y el narrador-contador de una historia pasada, se sitúa también frente a ella, se transforma en espectador.

Los espectadores no hablan y si lo hcen su hablar ya no es verdadero. Por eso he llamado inmanente al narrador que está en el texto. El narrador, me parece, es como un hablante observador. Es un espectador que conoce lo representado, lo contempla y además se anticipa y quizá sabe lo que está por suceder o no desplegado aún en la representación. Es un guía que se sitúa ante el objeto, edificio, palacio, museo, como a los visitantes el guía, el narrador sirve al lector con sus palabras.

El narrador no cuenta la historia. Con la representación ha dejado de ser el hablante originario. El que actualizaba la lengua y reconstruía un suceso desaparece y aparece otro hablante que habla frente a la construcción representada. Este hablante que llamamos narrador no está en el campo exterior al texto. De hablante del pasado viene a ser espectador- hablante. Habla en ambos casos, pero ahora nunca empleara el presente de indicativo o indicativo de presente. Ha dejado de ser hablante real. Cambia de tiempo presente porque es espectador. no tiene tiempo.

Es un espectador que no está fuera del texto como los lectores, pero sí está fuera de lo representado donde están los personajes, no pertenece a ese mundo, no es personaje. Y habla, sí. Pero su hablar ya no es auténtico. El lector espectador verdadero de la representación, en el que la lengua no actualizada, se actualiza, es su público oyente. Pero con este público no entabla una relación actual de hablante a oyente. Es inmanente al texto. No tiene auténtica relación de comunicación con los lectores. Su mismo hablar tiene que ser actualizado por ellos, como lo es la misma representación que presencia. Esa voz, y a veces esa figura que llamamos narrador, es en realidad, según me lo parece muchas veces, un hablante que comenta la representación, que la conoce y está a veces por encima de ella. Pero no cuenta nada.

Lingüísticamente lo que se ha producido es una inversión entre lo activo de la enunciación y la pasividad de la lectura-contemplación. Lo activo: la persona hablante (un presente vivo) actualiza la lengua con su enunciación, el signo verbal es el presente de indicativo. O mejor diríamos indicativo de presente. Lo inverso: la lengua no actualizada de la representación es actualizada por un lector (persona viva, siempre en presente de espectador), el signo actualizado es una forma verbal pretérita. La forma así es, pero el tiempo lo ha puesto a esa forma el presente del lector. Esa forma es el presente de la narración. No tiene valor de pretérito.

Este es el origen del sistema verbal de la narración. Cuyo tiempo originario y última referencia es la forma del pretérito perfecto simple. Lo que es el presente de indicativo para el sistema verbal general, es el perfecto simple de indicativo para el sistema verbal de la narración. Este tiempo trae consigo todos los demás tiempos del eje secundario, la Esfera del Pasado, que constituyen el sistema verbal del texto de la narración, es decir, de la representación narrativa. La esfera del presente ha desaparecido al desaparecer la enunciación. La naturaleza de la representación entraña ausencia de hablante.

José Antonio Valenzuela

Revisión mayo 2019 y marzo 2020