Este artículo es actualización de entradas anteriores del 5 nov 2017, actualizada en 9 abr 2019 y rehecha en 30 de marzo 200.
El texto completo de la mayoría de las narraciones se compone de dos categorías o estratos, que por su naturaleza lingüística son enteramente diferentes: la representación y el hablar. El texto de la narración es dual, tiene dos elementos de distinta naturaleza. El hablar es lenguaje de comunicación, se encuentra en la esfera de las relaciones entre yo y tú, primera y segunda persona. El lenguaje de la representación se constituye con frases en tercera persona. Todo lo que sea ajeno al yo y al tú, no forma parte en la comunicación y se denomina tercera persona, para indicar que se encuentra fuera de esa relación comunicativa, pero se menciona en ella, se habla de Pedro y de Isabel y de la fuente. Sea persona o no lo sea se denomina tercera persona
Pues bien, la frase de tercera persona ofrece la posibilidad de no tener atribución a persona que habla. La atribución de una frase como Pedrito andaba pisando los charcos, no está en la frase misma, tiene que añadirse a ella, o bien se menciona como en lenguaje directo: su madre dijo que Pedrito andaba pisando, o sabemos de otro modo exterior a la frase quien la dice y se sitúa en comunicación o hablar. Precisamente esto ofrece la posibilidad de que frases en tercera persona se desprendan enteramente de atribución alguna. Entonces serían enteramente objetivas y esto es lo que, a mi juicio, da lugar a la representación y a la dualidad del texto de la narración.
El paso que se da entre el hablar (uso enunciativo de la lengua, la conversación comunicativa) y el representar (confeccionar la representación como objeto) puede ser algo semejante a lo que expongo descriptivamente:
Al relatar el pasado, un suceso remoto, un pasado relativamente distante, por medio de los tiempos de la recollection (W. Bull), los pretéritos, se llega a la anulación del hablar real por el hecho de que la representación significa la objetivación de la tercera persona. Por una parte se observará el deslizamiento del hablar hacia la confección del suceso. Y por otra, también en el otro extremo, el que escucha se desliza, desde la comunicación con quien relata, a la contemplación del mismo relato, a presenciarlo simplemente. Tanto absorbe el mundo representado que se abandona la comunicación real que se tiene con la persona que relata.
La comunicación hablada de la conversación natural se colapsa ante la representación. Ya no se escucha, porque la imagen de un mundo no presente enajena del mundo real. Entrar en el mundo representado y mantenerse en el mundo real, en comunicación con alguien, son situaciones incompatibles.
Las consecuencias de este fenómeno de transición entre dos usos del lenguaje se revelan en el estudio del texto de la narración. El lenguaje sufre un enorme trastorno y mutación que pasa inadvertido. Entre ambos polos se abre la distancia entre la subjetividad del hablar y la objetividad de la representación. El primer polo, el originario y conversacional, implica la deixis del verbo y el anclaje de la lengua en la actualización del hablar, en la comunicación, lo que requiere un vehículo necesario: un tiempo verbal, signo gramatical de presente. Es el tiempo verbal que indica autorreferencialmente el tiempo mismo del hablante que lo emplea. Sobre este verbo presente de indicativo, o indicativo de presente, se articula el entero sistema verbal del lenguaje, los tiempos de la conjugación. El presente preside todo desde la subjetividad egocéntrica. Es como esencia del sistema verbal y de todo el lenguaje, y el que sostiene la trama temporal interna indefectible.
En el deslizamiento hacia lo representado, el otro polo, se pierde el hablar. El lenguaje se emplea en la objetiva representación. Las frases en tercera persona carecen de atribución a alguien que las pronuncie. Esta suplantación hace que el papel que desempeñaba el hablante, en el hablar conversacional del pasado, el hablante que era la referencia y el cetro de la comunicación, lo desempeña ahora la representación misma, como objeto que desplaza del centro que ocupaba el hablar. Si, por el contrario, si se piensa equivocadamente que toda frase debe tener atribución a persona hablante y situarse en una comunicación, el relato hay que incluirlo en el hablar de alguien y se recurre al narrador.
Por el contrario, el mundo representado desplaza el mundo real. Se pierde atribución alguna. La representación está ahí sin comunicación alguna. Se ha perdido la deixis del hablante y la inserción de la lengua en su tiempo enunciativo, porque no hay hablante. El presente de indicativo se abandona, cae en desuso, sin empleo ninguno. El lenguaje objetivo carece de presente. Es atemporal.
¿Qué repercusiones tiene esta reversión tan profunda en el uso del lenguaje? En el sistema de la lengua todo esto implica que el verbo se queda sin sus formas deícticas de inserción en el tiempo. La representación objetiva configura un sistema verbal que no lo preside el presente de indicativo, puesto que se ha dejado de señalar el tiempo. No hay enunciación.
Pero por lo que respecta al texto aparentemente no cambia nada. El lenguaje que se emplea en la narración conversacional es el mismo que se emplea en la representación, que es parte del texto de la narración completo. El cambio entre los polos del hablar y del representar responde a la utilización del lenguaje, no procede de su estructura lingüística. La diferencia entre ellos consiste en la funcionalidad de los tiempos, un pretérito indica pasado si habla alguien real, o no indica tiempo pasado si no habla nadie, como ocurre en la representación.
Es el lenguaje el que se adapta al invertirse su uso y cambiar entre estos polos. Desde el punto de vista del texto no hay cambio o pasa inadvertido, aparentemente son iguales el narrador del mundo conversacional y el falso narrador del texto narrativo completo. Se utilizan los pretéritos igualmente. Pero en el deslizamiento hacia la representación como objeto central del que hablo, dejan de significar tiempo pretérito. El narrador que habla al lado de la representación no puede estar por encima de ella. Porque la representación se constituye en el estrato fundante, necesariamente ha de ser objetivo. El hablante de la narración oral estaba por encima de la representación porque la enunciación dominaba, pero ahora está por debajo, domina la representación. Por ello el narrador es un hablante inmanente.
José Antonio Valenzuela
