En el umbral originario de la representación

Las señales, como las de las sirenas en el mar, tienen que operar situadas y activadas en el campo que les corresponde. Desde el punto donde suenan alcanza el espacio circundante y actúan como señal. Son un señalamiento y un punto de origen para su medición: el allí es desde aquí y el entonces es desde ahora.

Los verbos son palabras que funcionan como señales en el tiempo. Por ello tienen naturaleza deíctica. La persona que habla es un punto de referencia, su acto de hablar, llamado enunciación. Si pronuncia un verbo en presente de la conjugación señala el presente de la voz, el tiempo de la enunciación.  El verbo sitúa el contenido de su lexema en ese momento. El verbo en pretérito hace lo mismo, sitúa su lexema en tiempo anterior al de la enunciación.

Las palabras se actualizan en los actos enunciativos. Y dentro de la misma lengua se constituyen momentos relativos: canto-canté-hube cantado; hoy, ayer, antes de ayer. El verbo en presente se constituye como origen de las demás referencias relativas temporales. El origen de referencias, el cero axial, es el yo hablante, señala su tiempo y los demás tiempos respecto a él. El señalamiento y actualización de la lengua es egocéntrico. Con la enunciación se produce su anclaje en el tiempo y ha de efectuarlo una persona hablante.

Como es cuestión pragmática la actualización de la lengua no se opera con morfemas. Ningún morfema puede reemplazar el acto de la conducta. La lengua hablada por definición nunca puede estar desactualizada. Si se oye hablar es que hay una persona viva que enuncia. Si la palabra está escrita no se sabe siempre.

La enunciación significa que se actualiza la lengua en el tiempo, porque el tiempo se lo tiene el hombre, sale de él con su vivir y el lenguaje es conducta en el tiempo del hombre. Las palabras de por sí ni tienen tiempo ni señalan nada. Señala el hombre. La lengua se actualiza con su enunciación, las señales son operativa con él, en el acto de un yo. Queda de este modo anclada en la realidad del tiempo humano. Sin enunciación la lengua está desactualizada.

Si digo que nadie habla es que no hay enunciación y si no hay enunciación no hay deixis, señalamiento, y la lengua está desactualizada. Las palabras pueden estar ahí, escritas, sin que nadie las diga. Como está la música en una partitura cuando nadie la interpreta. Algo parecido pasa con la lengua cuando se compone con ella una representación. En esto consiste la representación. Se trata de un lenguaje sin enunciación. Y desactualizado como hablar.  Pero la lectura lo actualiza, la recepción es la contrapartida de la enunciación, cuando esta no existe la sustituye.

La representación tiene un autor, que la compone sin enunciarla.  Después de compuesta, el acto de la lectura viene a ser como otra forma de activación, una actualización por el otro extremo.  De modo que el lenguaje puede activarlo el receptor y el emisor. Y el emisor en la representación desaparece, porque en realidad no es emisor, sino compositor.

Por lo dicho anteriormente se infiere que, en la misma oralidad, sin conocer o tener escritura, la música y el lenguaje se componen, pero nosotros ahora estamos acostumbrados a la composición que se escribe. El narrador de un suceso compone la representación de la historia oralmente y la guarda en la memoria o la escribe y la conserva de modo más seguro. El paso entre el hablar que cuenta un suceso y el componer su representación es el punto originario del texto de la narración. En este paso no cuenta que sea una cultura escrita o solamente oral.

José Antonio Valenzuela

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