Narrador ficticio y narrador histórico

 ¿Cuál es la diferencia? Insistiré en este punto, ya explicado, porque se ponen desde distintas ópticas resistencias a admitirlo.

En un texto de historia real el narrador es un hablante del mundo real. Y por eso está inserto en el mismo tiempo de lo narrado. La lengua de su hablar se actualizó de una vez por todas. Y el lector que contacta con él, con su comunicación real, también está inserto en el tiempo real. A este “narrador”, persona viva con hablar enunciativo y deíctico, se le atribuye la representación de la historia como quien la cuenta, pero no se percibe que cuando confecciona, cuando anudándo los en su serie temporal, deja de ser un hablante. Es compositor, como el artífice que diseña y pinta, y aunque lo haga con palabras, es más bien pintor que hablante. Es representador, si se puede decir así. El narrador es hablante cuando habla y no lo es cuando no habla.  No habla si construye con palabras un objeto, una representación, en este caso es de sucesos pasados, que será contemplada.

Pero se piensa que la representación es su hablar. Y para más confusión el narrador en el texto, puede decir que él cuenta la historia y es suya. Veamos este caso, con un ejemplo de un texto ficticio, como si fuese real. Texto del Quijote.  Es el momento en que maese Pedro llega a la venta. Marco numéricamente las frases:

1 en esto, entró por la puerta de la venta un hombre todo vestido de camuza, medias, greguescos y jubón, y con voz levantada dijo:
2 Señor huésped, ¿hay posada? Que viene aquí el mono adivino y el retablo de la libertad de Melisendra.
3 ¡Cuerpo de tal —dijo el ventero—, que aquí está el señor mase Pedro! Buena noche se nos apareja.
4 Olvidábaseme de decir como el tal mase Pedro traía cubierto el ojo izquierdo, y casi medio carrillo, con un parche de tafetán verde, señal que todo aquel lado debía de estar enfermo;
5 y el ventero prosiguió, diciendo:

Maese Pedro llegó a la venta y pidió posada. Anunció su espectáculo. El ventero se alegra con su llegada.  Esta es la representación que se contempla. Y en la frase número 4 el narrador hace una aclaración, habla sobre lo representado, porque dice que se le ovidó.

Las frases 1, 2, 3 y 5 son la representación, por lo tanto, en ellas no habla el narrador. En la frase 4 habla lo que olvidó. De modo que el narrador se atribuye la representación como si la hubiera contado él. Este narrador da por descontado que él lo ha dicho. Y el lector lo admite sin objeción, y por ello se forma el tópico, una idea no puesta en duda: todo lo dice un hablante. Y muchos comentaristas del texto tienen esta idea asumida sin discusión. Sin embargo, el examen de la estructura del texto nos hace ver que no es así. Por mucho que el narrador se la atribuya a sí mismo, la representación olvidada de algunos hechos no es suya.

El escritor que ha compuesto el objeto, al que se debe todo, no es el narrador. Si lo fuera, el narrador sería la persona real del escritor. Y podría intervenir como tal, para rectificar, pero el que dice que se le olvidó, ya no es persona real. Si lo fuera no se tendría una pieza literaria. no se puede admitir lo que dice del olvido.  Situación difícil de sostener pragmáticamente. La comunicación con la persona real requiere algo externo al texto, es de un valor pragmático.

El cambio entre la comunicación lingüística real y la representación es desequilibrante. Al contemplar una representación se puede oír una voz, pero ha de ser inmanente, y aunque esa misma voz proteste de su realidad o pretenda que lo representado lo hizo él, no hay que creerle. Este pasaje pertenece al juego de engaños tan frecuente en la literatura. Es engaño pretender que se olvidó.

La estructura del texto nos hace ver que la representación no es hablada ni por el escritor ni por el narrador. Contrariamente a lo que se suele entender: el narrador cuando habla, habla; y está callado cuando se contempla la representación.

Si se trata de una narración ficticia, como es el caso, no cabe ni pensar que el narrador, persona desconocida, diga eso de que se le olvidó. Y por lo demás la diferencia entre histórico y ficticio de poco sirve para explicar esto.

Este pasaje de Cervantes es una perla para advertir el juego de confusiones. (Capítulo XXV, II parte).

En la ficción, además de ser representado, está la mampara de lo imaginario.  La comunicación con el lector es inexistente, como la propia del espectáculo. Los espectadores escuchan y los lectores también, pero no son interlocutores con el narrador.  No se encuentran con su narrador en comunicación propia. El lector ha dejado el mundo real y está al otro lado de la mampara.  En ese espacio se encuentra con la voz, pero no con la persona.

Por tanto, lo que tenemos en la narración ficticia y en la normal narración histórica es una comunicación hablada irreal. El narrador no es propiamente un hablante del mundo real. Y el lector no es un lector del mundo común, como un lector de periódicos, es lector- espectador del mundo representado.  Cuando una persona entra en el teatro o se pone a leer una novela, abre como espectador o lector un paréntesis en el tiempo del mundo actual en el que vive. Entra en el mundo inactual, es decir, el mundo que nunca existió o en el que existió, pero está representado.

El escritor del mundo fingido hace el retablo de cosas imaginadas, y el escritor del mundo histórico hace un retablo semejante. Y la figura del narrador en ambos casos no puede salir de la mampara del retablo. El que escribe la representación no es un ser ficticio, claro está, pero no es hablante, sino confeccionador de representaciones.

Esto se contrapone a la falsa opinión de Gerard Genette: el narrador se define por su actividad de contar una historia y el dice como suceden los hechos en la narración.

Tiene importancia la distinción entre la historia y la ficción.  Cómo se distinguen es otro asunto. Pero, desde luego, no lo sabremos por el texto mismo. Es necesaria la verificación pragmática.

José Antonio Valenzuela