La representación segregada del hablar

El protagonista de Crónica de una muerte anunciada es Santiago Nasar y tenemos un personaje secundario que quiere hacer la crónica de los hechos. Por lo tanto, tenemos dos clases de representación, la de los sucesos y aquella otra del personaje que hace de cronista se convierte en cronista.

El desdoblamiento de la lengua entre el hablar y el representar tiene lugar al hablar de sucesos pasados. Este uso es el originario. La lengua nace en la enunciación, en la comunicación establecida con los sonidos de las cuerdas bucales. La emisión de sonidos articulados y la comunicación con ellos se llama enunciación. Toda lengua es hablada y es enunciada. Las lenguas habladas son inmemoriales y la escritura, en cambio, tiene un origen, fecha, el año 1850 a. C., en Wadi el-Hol, Alto Egipto. La lengua escrita tiene un desarrollo muy lento y la narración, como discurso propio es anterior a ella, pero la narración ha gozado del privilegio de la escritura.

La narración como se deduce de la estructura de su texto tiene su origen en el hablar del pasado.  Para hacer presentes los sucesos pasados hay que representarlos. La representación hace presente lo que se perdió, creando la imagen de lo sucedido. Y en algún momento estas imágenes pueden contener lo no sucedido, lo imaginario, las historia o mitos han servido para explicar la causa de la realidad presente.

El hablar es un acto presente de enunciación y comunicación. Hablar de sucesos pasados también es enunciación y, por tanto, un acto presente, pero requiere el uso de verbos para señalar el pasado.  Lo señalan como otro tiempo distinto del momento de la enunciación. La misma noción de pasado requiere el presente, o dicho al revés, no puede haber pasado sin presente por contraposición, pero en cambio, si se concibe mantenerse en el presente sin plantearse el pasado. Con los tiempos que señalan el pasado se realiza la representación. Representar el mismo presente no tendría sentido. Las representaciones se hacen del mundo no presente, sea por perdido en el tiempo, la historia; sea por tratarse de un mundo imaginado, la ficción no es cosa perdida, pero sí es algo que nunca tuvo realidad, no fue nada en la vida real, no fue presente nunca y nadie puede entender que una novela se cuente en pretérito.

El fenómeno de la representación es el paso necesario para la formación del discurso narrativo y esta configuración de lenguaje se realiza en el hablar, cuando se cambia del presente al pasado. El hablar de asuntos presentes es lo primario y no requiere representar nada, no se efectúan representaciones. El hablar de asuntos pasados, que es algo posterior o secundario, requiere y necesita la confección de representaciones.

La representación que hace un hablante consiste en contar lo que pasó y para ello confecciona una secuencia de frases que van a dar la imagen del episodio sucedido. A esto lo llamo arquitectura temporal, realizada con verbos de acciones en secuencia, una construcción de elementos encadenados con unidad y consistencia. Un todo lingüístico trabado, en el que la referencia a acciones pasadas va más allá de la solitaria mención de unos momentos. Contiene una historia. El hablante reconstruye el pasado y lo presenta. Se trata, por tanto, de una forma o formación de lenguaje que solo puede tener lugar mencionando el pasado. A esta figuración de lenguaje la llamo representación.

Las primeras representaciones tienen este origen, según me parece deducir, y están situadas en el hablar de episodios pasados de la conversación más cotidiana, de tal modo que son experiencia común de todo hablante. Estas entidades lingüísticas están vinculadas al pasado de la persona que las relata y, por tanto, las habla y forman parte de su hablar, pero su naturaleza de construcción y consistencia propias son susceptibles de desvincularse del hablante. Tienen la posibilidad adquirir una entidad por sí mismas. Se entiende que la experiencia de representar sucesos pasados al comunicarse con otro lleve a confeccionarlos directamente, ya sin comunicación con nadie. Es cosa que pueden hacer muchos hablantes, que son los narradores, sin necesidad de emplear el lenguaje hablando, sin necesidad de entrar en comunicación con personas. Encerrados en su estudio o taller, armando con palabras la representación, que viene a ser como un cuadro o una escultura. No es exactamente igual, pero en su término alcanzan lo mismo: confeccionan un objeto de exhibición.  No está hablando y no necesita la comunicación, algo que es intrínseco en el hablar. Los objetos dicen algo, comunican, pero no es comunicación lingüística. En este caso basta situarse frente al objeto lingüístico y contemplarlo sin necesidad de figura que me hable.

Esto es componer objetos de lenguaje, construirlos sin enunciación, y la representación que nació en el hablar, nace ahora sin él, nace desvinculada del hablar. Al que llamamos narrador, porque confecciona representaciones, pero es un sujeto que no habla. Ese confeccionador de representaciones confecciona también a un hablante falso, si quiere porque la representación no lo pide necesariamente.

Estoy hablando de la representación como artefacto lingüístico, no estoy refiriéndome a lo que entendemos vulgarmente por narraciones o texto narrativo en el que aparecen voces hablantes, de personajes y diálogos. Por lo que en estas líneas esas voces no serán objeto de consideración. El conversador real, que confecciona una representación de su pasado está vinculado a ella. Pero esa representación es un artefacto

Ese conversador, persona viva, que entabla comunicación en tiempo real y que, al hablar del pasado confecciona una representación desaparece. Una representación, por su naturaleza de objeto procede de un taller, no tiene hablante, por definición carece de enunciante.

Tenemos dos representaciones una vinculada al hablar de alguien vivo, y otra que no pertenece a ningún hablante. Por lo tanto, hay que distinguirlas y percibir ante cual de ella estamos. Pongamos el caso de una frase en tercera persona y en pretérito: Flor se le adelantó para abrirle la puerta, considerada en sí misma, se puede atribuir a alguien o quedar sin atribución. No solamente que no sabemos quién la dice, sino que sabemos que no la dice nadie y forma parte del artefacto lingüístico del que hablaba antes. Es pieza de un objeto.

En resumen, el origen de la representación narrativa surge del hablar común, tiene lugar al contar un suceso pasado primero, en ese momento el hablante traza una réplica o imagen de los sucesos, en su orden, y esa imagen hace que lo pasado se haga presente y la imagen se ha confeccionado sin hablar. Luego, quizá, venga añadido de un falso hablar, voz del narrador.

Esto es comprobable pragmáticamente, porque cualquiera lector de historias, como el espectador, se enajena del mundo de la comunicación y se centra en el mundo representado.

La desvinculación del hablar provoca el nacimiento de un uso del lenguaje, contrapuesto al hablar y diferente. Otro discurso. La representación que nace como discurso nuevo es un fenómeno que no se repite. Quiero decir con esto que, en la replicación de la vida, es decir, en la representación, si un personaje habla de su pasado, será siempre imagen y aunque haga una representación, esta está vinculada a él y no se desprenderá de él. Será siempre imagen, y en la imagen no está la realidad, en la imagen no hay tiempo real. El que cuenta una historia dentro de una historia, porque está en ella como personaje, habla y representa en su hablar, pero su hablar y su representación no son equiparables al hablar real, solo son imagen. No puede ser el caso, como a veces se piensa y yo mismo he podido pensarlo así, de las muñecas rusas en proceso indefinido de reproducción. Solamente el proceso primero es el que da origen a otro discurso, en el hablar real se representa el pasado, y esa representación hecha sin hablar es otro discurso.

Cuando en la representación narrativa, como es el caso en Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, un personaje narra a veces parte de la historia en la que él está, habla de su pasado y en ocasiones lo representa. Y además de estas representaciones tenemos otras no atribuidas a él, esas son las originarias y no tienen hablante, pero se amalgaman entre sí con ambigüedad.  Por lo que en el análisis de este texto hay que distinguir si la representación la dice el personaje o no la dice nadie. Y no puede haber una representación dentro de otra, o pertenece a un personaje y se le atribuye a él o pertenece a la representación narrativa en el que él mismo está.

La réplica del hablar real no se puede hacer, porque la réplica es siempre imagen. Un hablar que no es vivo, es imagen. Cuando habla un personaje y en su hablar hace una representación, esta no se deprende del hablante.  Y si encontramos en el texto, como en la novela de G. Márquez, una representación sin atribución a un hablante, esa es la única que hay.  No hay posibilidad de que se pueda originar otro discurso dentro del discurso. No se puede repetir el proceso señalado. No es el caso de las muñecas rusas una dentro de otra indefinidamente, porque la muñeca interior nunca pasa a ser la primera, la exterior. Pero puede dar lugar a juegos y confusiones. Y ambigüedades. En la representación narrativa no hay hablar de comunicación y si aparece, o es el imitado hablar de personaje, o es habla falsa de un falso hablante inmanente. Por el desdoblamiento del tiempo en dos momentos diferentes, desdoblamiento entre crónica o representación objetiva y el habla subjetiva del personaje y las representaciones que hace, se suscitan estas sutiles distinciones que hay que desvelar.