Comentario al texto del primer capítulo

Por José Antonio Valenzuela Cervera
Abstract
The present paper intends to show the structure of the narrative language used by G. García Márquez in his last novel, Crónica de una muerte anunciada (1981). I pay attention only to the first chapter since I examine all sentences, one by one, which means 390 lines, appended at the end.
A narrative text, whichever it is, uses only five different types of sentences, which I define by its linguistic or ontological nature. No more than that and they merged them in a seamless texture. The work of the analysis is to dissect the unified text to show its structure and the use the writers do of the language resources.
The chapter is divided into three sections, not just for the sake of manageability, but because they are three different ways to approach through the narrative sentences how the story develops. I believe as something fundamental to understand my approach that a piece of narrative is based on that part of the text in which nobody talks. It is an exhibition of an object, not communication by talking language.
INTRODUCCIÓN
La breve novela de García Márquez está compuesta con las frases con las que se escribe cualquier narración. Me limitaré en este trabajo al capítulo primero donde se encuentra el relato completo de principio a fin. Los capítulos siguientes de la novela se atienen a la misma historia ya contada, y la repite con variantes, la historia no cambia.
Las frases de cualquier relato las he definido con precisión lingüística y ontológica (Narración, Trama del texto), Recordaré que las frases son cinco: 1, El núcleo; 2, el diálogo o habla de los personajes; 3, la voz del narrador inmanente; 4, el segundo plano de acción en imperfectos (en español); 5, los imperfectos descriptivos. Pero en esta novela hay que tener en cuenta algunas cosas más, como se verá.
El relato de García Márquez es la crónica negra de un suceso, el asesinato de Santiago Nasar por una venganza de honor. Un personaje del que no se menciona su nombre, lo llamo X, compañero muy relacionado con la víctima, estuvo cerca de él hasta los últimos momentos, investiga pasados los años el suceso, pues tiene un recuerdo confuso de los hechos.
Esta indagación establece dos momentos distantes, pero en continuidad: uno cuando tuvo lugar el asesinato y otro cuando lo investiga escuchando a los testigos. La crónica de la muerte ya está contada en ese capítulo primero enteramente, pero se recrea con lo que X va conociendo. Como mi tarea es comentar el texto y observar cómo está construido, me limito al primer capítulo, que transcribo enteramente en el apéndice. Para realizar el análisis lo secciono tres partes, que tienen, como explicaré al final, estructuras distintas. Por la longitud que llevaría el estudio omito los demás capítulos que se pueden examinar como este primero.
La forma temporal trazada mantiene en contraste estos dos tiempos. El del suceso mismo, y el momento de investigación del pasado ocurrido por X. Se alternan, por lo tanto, dos tiempos, la historia misma, que dura unas horas o unos días, y el posterior correspondiente a las indagaciones. Con ellos se configura la arquitectura temporal de la novela. Cuando el cronista X, en el segundo momento, recibe información de otros personajes que aún viven ―él es también un personaje― emplea la primera persona, me dijo. Pero como personaje en los hechos puede también hablar siendo simple personaje involucrado en ellos.
PRIMERA SECCIÓN
1
El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros.
-Siempre soñaba con árboles -me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato- La semana anterior había soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que volaba sin tropezar por entre los almendros - me dijo.
El primer párrafo es la representación del sueño de Santiago Nasar el día de su muerte, que no se atribuye al hablar de nadie. El segundo párrafo es la conversación que Plácida Linero tuvo con X. Le habla de su hijo Santiago, le dice que siempre soñaba con árboles y que la semana anterior a su muerte soñó que los atravesaba en un avión. El sueño es el que ha sido representado en el párrafo primero. La madre 27 años después habla con X que cita sus palabras, me dijo, las repite o reproduce en lenguaje directo. Las palabras de la madre no son propiamente representación de la acción de hablar de la madre, sino una cita que hace X de ellas.
Tenemos un núcleo: se levantó, había soñado, fue feliz, sintió. Serie temporal de la crónica, la representación de los hechos, los del sueño. Y desde ahí se da un salto al segundo momento, cuando la madre habla con X (siempre soñaba, me dijo). Es un salto temporal y discontinuo, quedan lejanos los sucesos. Este recurso lo utiliza García Márquez en esta novela continuamente para cambiar, en un ir y venir, desde la representación de los hechos, la crónica propiamente, a un momento posterior, que en esta ocasión son 27 años, y otras veces otros años sin especificar.
La perífrasis de futuro, el día en que lo iban a matar, que anticipa el crimen, resulta algo insólito. El futuro no se puede representar, lo dice la misma palabra, hacer presente lo que fue presente. El futuro que no ha sido todavía, no se puede representar. Se puede saber, adivinar o soñar, pero esto es algo perteneciente a las personas y por eso parece que alguien habla. La representación es lo fundante, el hablar de las personas no lo es. Pero se trata del último suceso de la novela, que el autor pone por delante. Así se lo explicó, como insólito, García Márquez, al prologuista de la novela, S. Gamboa: “yo quise que el lector empezara por el final para ver (para que supiera ya al principio) si se cometía el crimen o no, así que decidí ponerlo en la frase inicial del libro”. El relato llega al final en el primer capítulo y es el final de la historia de la novela: muere Santiago Nasar. Lo añadido en los capítulos siguientes es de relleno y de complemento. El final es aquel suceso después del cual ya no hay nada que decir: el argumento se ha terminado.
El primer párrafo es representación, el segundo es hablar entre la madre de Santiago y X.
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Tenía una reputación muy bien ganada de interprete certera de los sueños ajenos, (siempre que se los contaran en ayunas,) pero no había advertido ningún augurio aciago en esos dos sueños de su hijo, ni en los otros sueños con árboles que él le había contado en las mañanas que precedieron a su muerte.
La frase entre paréntesis, siempre que se los contaran en ayunas, es un inciso aclaratorio, algo cómico, una salvedad que se debe atribuir de ordinario a un narrador inmanente. Prescindiendo de él, el resto ¿lo dice alguien? ¿O es, más bien, una cualidad, un hecho, que describe a Plácida Linero, representación de ella que nadie dice? No lo podemos saber. Si alguien las dice, no se dice quién. El pasaje no está atribuido a nadie, por lo tanto, es un hecho que está mostrado, nadie lo dice, salvo que veamos en toda frase a un hablante. Y en este caso hay ambigüedad de atribución. Si se atribuye todo él al hablar del personaje anónimo X, porque habla en el párrafo anterior, es él el que lo cuenta, es su hablar, y entonces él hace también la aclaración. Pero si se interpreta que es representación objetiva como la del primer párrafo y no hay hablar de nadie conocido, atribuimos la aclaración al narrador inmanente, que hace una salvedad cómica, por cierto.
El sujeto (Plácida) de la frase tenía una reputación, está omitido, porque ya apareció en el hablar de X. Este párrafo o estrato de representación tiene un encabalgamiento con el hablar de X, que es otro estrato, puesto que las frases que componen el texto de la narración se entreveran unas con otras y no se deslindan sin pequeñas rupturas.
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Tampoco Santiago Nasar reconoció el presagio. Había dormido poco y mal, sin quitarse la ropa, y despertó con dolor de cabeza y con un sedimento de estribo de cobre en el paladar, y los interpretó como estragos naturales de la parranda de bodas que se había prolongado hasta después de la media noche. Más aún: las muchas personas que encontró desde que salió de su casa a las 6.05 hasta que fue destazado como un cerdo una hora después, lo recordaban un poco soñoliento, pero de buen humor, y a todos les comentó de un modo casual que era un día muy hermoso.
Tenemos un núcleo en negritas: reconoció, despertó, interpretó, encontró, fue destazado, comentó. El último verbo comentó es acción de hablar, hecho representado en el núcleo, pero las palabras las reporta el narrador hablante. ¿Quién es el hablante? Ninguno conocido. Si tomamos este párrafo como representación sin hablante, entonces las expresiones tampoco y más aún, son costuras del texto, que provienen del uso del lenguaje en el hablar, pero no nos llevan a percibir a un hablante. Este párrafo es representación que nadie dice.
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Nadie estaba seguro de si se refería al estado del tiempo. Muchos coincidían en el recuerdo de que era una mañana radiante con una brisa de mar que llegaba a través de los platanales, como era de pensar que lo fuera en un buen febrero de aquella época. Pero la mayoría estaba de acuerdo en que era un tiempo fúnebre, con un cielo turbio y bajo y un denso olor de aguas dormidas, y que en el instante de la desgracia estaba cayendo una llovizna menuda como la que había visto Santiago Nasar en el bosque del sueño.
Estas frases son representación narrativa de acciones o estados comunes a varias personas. No las dice nadie, la representación se refiere a un colectivo; salvo la frase, como era de pensar que lo fuera en un buen febrero de aquella época, que es comentario, explicación intercalada, de un hablante, delatado por el verbo fuera. El narrador o hablante inmanente sería la atribución más normal. El párrafo, salvo esta frase, es representación que nadie dice.
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Yo estaba reponiéndome de la parranda de la boda en el regazo apostólico de María Alejandrina Cervantes, y apenas si desperté con el alboroto de las campanas tocando a rebato, porque pensé que las habían soltado en honor del obispo.
El yo estaba es hablar de X, el personaje sin nombre.Dicho con más precisión es el hablar representado de persona representada o personaje. Es frase autobiográfica, y el tiempo que emplea en primera persona es el pretérito imperfecto, que señala tiempo pasado, pero no el tiempo real que no lo tiene el personaje. La deixis o señalización se dirige al tiempo representado, no al tiempo real o exterior a la lengua. Por lo tanto, la frase es de X, que en su hablar del pasado, X revive los hechos, cuenta unas acciones suyas al tocar las campanas. Son representación vinculada al hablar del pasado.
Habla de su pasado, X revive los hechos. Si en la arquitectura temporal del relato nos situamos en el segundo momento, a los 27 años indicados, este pretérito puede indicar la retrospección del personaje hacia el primer momento de los hechos, contando lo que pasó, retrocediendo a esos años desde la distancia temporal, el segundo momento. Es una de las pocas veces que relata sus propias acciones.
Pudiera un lector entender, si está imbuido en la idea de que narrar es comunicación, que alguien cuenta a otros, que X ha contado todo y desde el principio. Y la representación estaría unida a su hablar como personaje. Esta interpretación podría sostenerse debido a la zona de ambigüedad en que se mueve el texto, puesto que no tiene atribución explícita. Y ya sabemos que las frases en tercera persona puede decirlas cualquiera o no decirlas nadie. He optado por lo segundo, ya que solamente esta frase es representación narrativa autobiográfica del hablante X. Y es más adecuado pensar que, salvo que sea frase de hablante o esté atribuida a alguien, se trata de representación desprendida del hablar. En este párrafo habla de su pasado el personaje X.
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Santiago Nasar se puso un pantalón y una camisa de lino blanco, ambas piezas sin almidón, iguales a las que se había puesto el día anterior para la boda. Era un atuendo de ocasión. De no haber sido por la llegada del obispo se habría puesto el vestido de caqui y las botas de montar con que se iba los lunes a El Divino Rostro, la hacienda de ganado que heredó de su padre, y que él administraba con muy buen juicio, aunque sin mucha fortuna.
En el monte llevaba al cinto una 357 Magnum, cuyas balas blindadas, según él decía, podían partir un caballo por la cintura. En época de perdices llevaba también sus aperos de cetrería. En el armario tenía además un rifle 30.06 Mannlicher-Schonauer, un rifle 300 Holland Magnum, un 22 Hornet con mira telescópica de dos poderes, y una Winchester de repetición. Siempre dormía como durmió su padre, con el arma escondida dentro de la funda de la almohada, pero antes de abandonar la casa aquel día le sacó los proyectiles y la puso en la gaveta de la mesa de noche.
Sigue el relato. Los dos párrafos son representación en tercera persona que nadie cuenta, aunque pueda oírse la voz de un narrador inmanente, se habría puesto el vestido. No es la voz de X, pero tampoco se puede afirmar con toda certeza. Las frases en tercera persona si son con verbo en indicativo, pueden ser frases sin enunciador, no las dice nadie, pero por otra parte son frases que aisladamente consideradas puede decirlas cualquier hablante. El caso es que no hay constancia de que alguien las diga. No obstante, la frase, de no haber sido por la llegada del obispo se habría, por su naturaleza condicional, no es un hecho representable y hay que atribuirla al narrador inmanente o al mismo X si pensamos, equivocadamente, que él lo dice todo. El párrafo, salvo la frase indicada, propia del hablar, lo considero representación narrativa.
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“Nunca la dejaba cargada”, me dijo su madre.
Yo lo sabía, y sabía además que guardaba las armas en un lugar y escondía la munición en otro lugar muy apartado, de modo que nadie cediera ni por casualidad a la tentación de cargarlas dentro de la casa. Era una costumbre sabia impuesta por su padre desde una mañana en que una sirvienta sacudió la almohada para quitarle la funda, y la pistola se disparó al chocar contra el suelo, y la bala desbarató el armario del cuarto, atravesó la pared de la sala, pasó con un estruendo de guerra por el comedor de la casa vecina y convirtió en polvo de yeso a un santo de tamaño natural en el altar mayor de la iglesia, al otro extremo de la plaza. Santiago Nasar, que entonces era muy niño, no olvidó nunca la lección de aquel percance.
Se salta en este párrafo desde el hablar con la madre de Santiago, que tiene lugar 27 años después de los hechos, hasta el primer momento, al de la crónica misma. Toma X la palabra, cita las que le dijo la madre de Santiago y cuenta él como su padre dio origen a la costumbre de guardar las armas. Una historia retrospectiva y anterior a la crónica. Habla de este hecho como puede hablar cualquiera el pasado en retrospectiva, y hacer breve representación de un suceso, situada en su hablar del pasado. Por lo tanto, este párrafo pertenece al hablar de X y contiene una breve representación hecha por él.
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La última imagen que su madre tenía de él era la de su paso fugaz por el dormitorio. La había despertado cuando trataba de encontrar a tientas una aspirina en el botiquín del baño, y ella encendió la luz y lo vio aparecer en la puerta con el vaso de agua en la mano, como había de recordarlo para siempre. Santiago Nasar le contó entonces el sueño, pero ella no les puso atención a los árboles.
-Todos los sueños con pájaros son de buena salud- dijo.
Lo vio desde la misma hamaca y …
Este párrafo es representación narrativa, no habla X. El párrafo tiene un núcleo: encendió, lo vio, le contó, no les puso atención, dijo, lo vio. El verbo de lengua dijo, pertenece a ese núcleo, es la acción de la madre, que introduce su hablar y en este caso no es citación de sus palabras por parte de otro que las reproduce, sino el acto mismo. Como el párrafo precedente fue hablar de X, puede pensarse que sigue hablando, puede parecerlo por contaminación, pero si se sigue leyendo se descompone esta impresión.
La última frase recoge la acción de ver a su hijo desde la misma hamaca, como acción representada en la crónica y desde ella salta al momento de otra escena igual, la conversación de X con la madre, en la misma postura y en el mismo sitio, 27 años después, como dos momentos diferentes de la historia, dos escenas que acercan por su semejanza. Este párrafo es representación narrativa.
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… y en la misma posición en que la encontré postrada por las últimas luces de la vejez, cuando volví a este pueblo olvidado tratando de recomponer con tantas astillas dispersas el espejo roto de la memoria. Apenas si distinguía las formas a plena luz, y tenía hojas medicinales en las sienes para el dolor de cabeza eterno que le dejó su hijo la última vez que pasó por el dormitorio. Estaba de costado, agarrada a las pitas del cabezal de la hamaca para tratar de incorporarse, y había en la penumbra el olor de bautisterio que me había sorprendido la mañana del crimen. Apenas aparecí en el vano. de la puerta me confundió con el recuerdo de Santiago Nasar.
-Ahí estaba-me dijo-. Tenía el vestido de lino blanco lavado con agua sola, porque era de piel tan delicada que no soportaba el ruido del almidón.
Estuvo un largo rato sentada en la hamaca, masticando pepas de cardamina, hasta que se le pasó la ilusión de que el hijo había vuelto. Entonces suspiró:
-Fue el hombre de mi vida.
Yo lo vi en su memoria.
Es la representación que hace X desde un hablar autobiográfico en primera persona, la encontré, volví, aparecí, me confundió. Luego pasa al hablar con la madre, de la que cita o reproduce sus palabras en lenguaje directo (me dijo). Ella habla del pasado con pretéritos que tiene valor temporal de pasado, no del tiempo real, sino del tiempo representado en la crónica, según su arquitectura temporal… Es una representación vinculada al decir de X y en el mismo hablar hace representación del pasado. Ahora es cronista, en el momento segundo, encuentra a la madre, describe su situación y su vejez, en el mismo lugar y con el mismo olor de entonces, la madre confunde los tiempos, el actual y los recuerdos del primero y habla de su hijo y reitera lo representado antes, vestía de lino blanco, y termina con un suspiro y con hablar en directo en momento actual. El párrafo que pertenece enteramente al hablar de X.
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Yo lo vi en su memoria. Había cumplido 21 años la última semana de enero, y era esbelto y pálido, y tenía los párpados árabes y los cabellos rizados de su padre. Era el hijo único de un matrimonio de conveniencia que no tuvo un solo instante de felicidad, pero él parecía feliz con su padre hasta que éste murió de repente, tres años antes, y siguió pareciéndolo con la madre solitaria hasta el lunes de su muerte. De ella heredó el instinto. De su padre aprendió desde muy niño el dominio de las armas de fuego, el amor por los caballos y la maestranza de las aves de presas altas, pero de él aprendió también las buenas artes del valor y la prudencia. Hablaban en árabe entre ellos, pero no delante de Plácida Linero para que no se sintiera excluida. Nunca se les vio armados en el pueblo, y la única vez que trajeron sus halcones amaestrados fue para hacer una demostración de altanería en un bazar de caridad. La muerte de su padre lo había forzado a abandonar los estudios al término de la escuela secundaria, para hacerse cargo de la hacienda familiar. Por sus méritos propios, Santiago Nasar era alegre y pacífico, y de corazón fácil. El día en que lo iban a matar, su madre creyó que él se había equivocado de fecha cuando lo vio vestido de blanco
En este párrafo, comienza X y dice lo vi en su memoria. Pero la visión descriptiva de Santiago Nasar, la que viene a continuación, se presenta con frases que él no dice y, por tanto, no las dice nadie. Son frases independientes de cualquier hablar. Se vuelve al primer momento y a la representación objetiva. Esto se puede apreciar si se suprime la frase lo vi en su memoria, que dice X. Es decir, si se lee aislada de lo siguiente. El párrafo en todo caso, aunque sea la memoria de la madre, ella no está ni pensando ni hablando así. De modo que X dice esa frase autobiográfica, de personaje narrador, lo vi en su memoria, pero a continuación viene el estrato de la representación narrativa en la que no habla él ni nadie.
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El día en que lo iban a matar, su madre creyó que él se había equivocado de fecha cuando lo vio vestido de blanco.
–
“Le recordé que era lunes”, me dijo.
Pero él le explicó que se había vestido de pontifical por si tenía ocasión de besarle el anillo al obispo-
Ella no dio ninguna muestra de interés.
–
-Ni siquiera se bajará del buque ―le dijo―. Echará una bendición de compromiso, como siempre, y se irá por donde vino. Odia a este pueblo.
–
Santiago Nasar sabía que era cierto, pero los fastos de la iglesia le causaban una fascinación irresistible. Es como el cinc, me había dicho alguna vez. A su madre, en cambio, lo único que le interesaba de la llegada del obispo era que el hijo no se fuera a mojar en la lluvia, pues lo había oído estornudar mientras dormía. Le aconsejó que llevara un paraguas, pero él le hizo un signo de adiós con la mano y salió del cuarto. Fue la última vez que lo vio.
Tres párrafos que condensan la primera sección. Empieza con el día primero de la crónica, en el que se vistió de blanco (esto se dice en el número 6). Se añade lo que dijo su madre al verlo así vestido: le recordé que era lunes. Estas palabras son el último hecho de la representación, desde el núcleo (creyó, lo vio, le recordé (discurso directo). Pero como la frase está citada por X, con la cuña, me dijo, pasa a ser su hablar y ya no es una pieza de diálogo. Esta frase es una bisagra.
Los tres párrafos anteriores son una amalgama entre las frases narrativas de distintos tiempos y estratos. Desde la representación objetiva de la crónica en el párrafo anterior, creyó, lo vio, parece que se pasa al diálogo, Le recordé que era lunes, pero con la cuña, me dijo, la frase, que parecía representación del habla, se queda en citación. La citación lleva la historia al segundo momento, cuando Plácida habla dirigiéndose a X. Por lo tanto, es X el que reporta lo que le dijo Plácida cuando habló con ella, sin cambiar sus palabras. Y sigue hablando X dando en su discurso indirecto la contestación del hijo. Este es, pues, un punto de sutura entre tipos de frases y tiempos diferentes.
El segundo párrafo salta de nuevo a la representación de la crónica y al primer momento. La primera frase, Ella no dio ninguna muestra de interés, ya no es de X, aunque lo puede parecer al ser tercera persona, pero más bien hay que leerla con lo siguiente, donde el verbo, le dijo, introduce el hablar representado de Plácida a su hijo en su momento y sin mostrar interés. La frase es otro punto de sutura. -Ni siquiera se bajará del buque ―le dijo―. Echará una bendición de compromiso, como siempre, y se irá por donde vino. Odia a este pueblo.
El tercer párrafo (Santiago Nasar sabía …) consiste en el hablar de X y en el momento de la crónica, ha terminado el hablar directo de Plácida y toma la palabra X como personaje narrador y relata él algunos hechos: habla de Santiago Nasar y lo que le dijo alguna vez y de su madre y de lo que le dijo a Santiago en lenguaje indirecto (le aconsejó que) y que fue la última vez que lo vio.
Resumen
En esta primera sección del capítulo primero se aprecia la dualidad temporal, la arquitectura temporal contiene dos momentos: el primero es el suceso mismo, la crónica propiamente, y el segundo la indagación posterior, entre ellos se salta con el inciso me dijo. El cambio temporal supone también un cambio en el tipo de frase narrativa: entre el hablar y la representación en tercera persona. Se introduce con estas frases la ambigüedad, cuando la falta de atribución explicita la produce y sirve para amalgamar distintos estratos, ya que el texto es uno, pero muy articulado. Esto es lo que he tratado de mostrar. Entre unos y otros párrafos o frases no se da una separación nítida, se crean suturas, que a veces dejan parte del sentido en aquello de lo que ha sido separado. Sin apreciar la articulación del texto, se puede leer el primer capítulo y todo el libro, como si todo lo cuenta alguien y ese en este caso seria X, que interviene con su hablar en la crónica, pero no la hace.
LA REPRESENTACIÓN EN EL HABLAR O INDEPENDIENTE DEL HABLAR
Recordaré ahora, para entender mejor la articulación del texto, el origen de la representación narrativa. Surge del hablar común, tiene lugar cuando al contar un suceso pasado, se traza una réplica o imagen de los sucesos en su orden, esa imagen hace que lo pasado se presente al que escucha. La frecuencia de este contar algo pasado en la conversación es bien conocida, y sirve como ejemplo de relato pasado el que llevó a la costumbre de guardar las armas con cuidado en la casa de Ibrahim Nasar.
Se entiende que la experiencia de representar el suceso pasado lleve a confeccionarlo directamente, sin necesidad de que figure nadie hablando. Esto es, componer objetos de lenguaje, construirlo sin enunciación, y por ello la representación nace desvinculada del hablar. No hace falta hablar con alguien, que supone siempre comunicación, para contemplar una historia. Se compone sin enunciación y sin comunicación, sin que nadie la cuente. Si conviene se añade una voz inmanente, falsa comunicación, el llamado narrador, para añadir frases que no son apropiadas en la representación objetiva, como lo son las preguntas o las dudas y suposiciones y los futuros. Aunque, curiosamente, esa voz que así llamamos no cuenta la historia.
Esto es comprobable pragmáticamente, porque cualquiera percibe que un lector de historias, y no digamos un espectador, se enajena del mundo de la comunicación y se centra en el mundo representado. Por lo tanto, hay que distinguir si la representación pertenece al hablar de alguien o si la representación no pertenece ningún hablar. Porque una frase en tercera persona la puede decir un hablante o no decirla nadie.
Ahora bien ¿Qué ocurre cuando un personaje de una novela habla de sí y de su pasado? Es personaje, por tanto, no persona (digo así para distinguir con diferentes términos lo vivo de lo representado), pero como personaje puede hablar de sí y de su pasado. Si cuenta un suceso pasado, traza una representación unida a su hablar, como ya he dicho del caso de las armas de Ibrahim Nasar. Pero su hablar no está en el tiempo de la vida. Su pasado se encuentra dentro de la representación, en la que él está como personaje. El hablar de un personaje es una réplica o imitación de lo que sucede en la vida real, por ello habla con otros personajes también representados, que es el diálogo, y si no habla con ellos y se dirige al tú fuera de la representación, habla al lector o espectador.
Habla de lo representado, y lo puede contradecir o modificar y representar otra vez, cuando se dirige al lector. Como es el caso de la novela que comento. Pero no puede salir de su condición de personaje. Este es el cuadro, dentro del cual, se mueve la articulación del tiempo en la crónica de una muerte.
La representación del pasado que hace una persona viva es parte de su conversación. Y esta representación está vinculada a la situación de comunicación viva. Pero si se construye el suceso pasado sin el hablar de nadie, se forma otro discurso independiente. Y por eso hay dos discursos: uno hablar y otro solamente representar. El hablar puede incluir el representar, cuando se relata el pasado y lo hace una persona viva hablando. Esta representación estará vinculada a él. Tenemos, pues, un discurso, el hablar, que incluye el representar el pasado cuando alguien lo hace. Se le puede llamar discurso no marcado. Pero el discurso del representar excluye el hablar vivo, y por eso se le puede llamar discurso marcado.
La representación narrativa presupone la entera ausencia de hablar vivo. Pero en el mundo no vivo de la novela, Crónica de la muerte anunciada, hay un personaje que narra. Habla de su pasado y por lo tanto de la misma historia en la que él figura como personaje y a veces cuenta los sucesos él. Esto lo hace X. Habla de un pasado, que es la representación en la que está. Si está en ella como personaje no la cuenta él. Por lo tanto, la crónica se da como representación objetiva sin el hablar de nadie, y dentro de ella un personaje X habla del pasado y puede contar algo de ella, es decir, hacer una representación vinculada a su hablar. No se trataría de una representación sin hablar ninguno. Y esto se presta a confundir planos. O se habla y el pasado lo dice el personaje o se representa sin que nadie hable.
El siguiente párrafo es el caso, es una representación que hace X: Santiago Nasar sabía que era cierto, pero los fastos de la iglesia le causaban una fascinación irresistible. Es como el cinc, me había dicho alguna vez. A su madre, en cambio, lo único que le interesaba de la llegada del obispo era que el hijo no se fuera a mojar en la lluvia, pues lo había oído estornudar mientras dormía. Le aconsejó que llevara un paraguas, pero él le hizo un signo de adiós con la mano y salió del cuarto. Fue la última vez que lo vio.
Y lo que sigue es el caso, es una representación que está ahí, como discurso de representación narrativa que nadie ha enunciado: Ella no dio ninguna muestra de interés.
-Ni siquiera se bajará del buque ―le dijo―. Echará una bendición de compromiso, como siempre, y se irá por donde vino. Odia a este pueblo
En la actividad de hablar hay comunicación, un emisor, un hablante, un enunciador, y su correspondiente receptor, oyente, un escucha, que son personas. En el extremo emisor solo una voz, en el extremo receptor todo el que lo capte. Entre ellos hay comunicación. En discurso de la representación narrativa no hay emisor. Lo que tenemos es un objeto inteligible, hecho con palabras, en el que está representado el mundo, un mundo. Cabe todo lo que del mundo pueda representarse con lenguaje. Como la representación es replica de sucesos, cuando actúan hombres y mujeres, personajes hablantes, tenemos diálogos, como hablar reproducido. Y también tenemos a un personaje, X, que habla de su pasado tal como sucede en la realidad y hace una representación secundaria y relativa a su hablar.
Se sigue dentro del discurso de la representación narrativa. No se cambia de discurso. Ese hablar está actuado por un personaje. Hay que oír esta voz y atribuir la representación al personaje concreto y distinguir sus frases de aquellas en las que nadie habla. Y en esta distinción está el campo de la ambigüedad, porque una frase en tercera persona siempre la puede decir alguien. Pero si no está clara la atribución hay que pensar que no la dice nadie.
En esta novela tenemos representaciones que X no hace. Más aún, la crónica de la muerte no la cuenta nadie, está representada. Está hecha antes de que el cronista la modifique.
En la crónica de una muerte, el cronista habla o le hablan de un suceso que ya ha sido representado antes. Y él fue simple personaje, como los hermanos Vicario, sus primos, como sus hermanos Luis Enrique, Margot y Jaime, como el cura Amador, como su propia madre en el momento de los hechos y sigue siendo personaje cuando, en el segundo momento, indaga lo que pasó, porque no se enteró del todo. Son dos momentos. No es X el narrador de la historia de la muerte de Santiago Nasar. No es el narrador de la novela. En la novela tenemos la representación de sucesos que nadie cuenta, tenemos el hablar un narrador inmanente, tenemos sucesos que cuenta el personaje X, y los representa puesto que como hablante las puede hacer vinculadas a su hablar imitado. El lector quizá tenga la impresión de que todo lo cuenta X, piense que él es el cronista, pero una lectura atenta muestra que no es así.
SEGUNDA SECCIÓN
Esta sección presenta una gran simplicidad de estructura. Para examinar la primera sección fragmenté el texto en 11 partes por su variedad. Esta sección contiene poco más de media docena de incisos con los consiguientes cambios entre los dos tiempos de la historia, que tienen una estructura semejante a los de la primera sección, (me dijo y el hablar de X). Cuñas nítidamente deslindables del fluir de los hechos de la crónica. He retirado estos elementos para verlos al final. Para examinar el resto no es necesaria fragmentación ninguna, ya que tiene una misma estructura según el modo más clásico del texto de la narración en dos planos. Un plano consistente en el núcleo en perfectos simples, una secuencia de acciones que se corresponde con lo sustancial de los hechos de la crónica, y otro plano en imperfectos que consiste en acciones de segundo plano, en descripciones y alguna intervención del narrador inmanente. El personaje hablante X no interviene, puesto que se sitúa en las intervenciones retiradas.
Puede visualizarse esta estructura de diversas formas. Una sería dejar el texto como está en la edición que manejo, y distinguir los planos con diferentes colores en las palabras o indentando el segundo plano con una sangría. He optado, sin embargo, por una disección más traumática y presentaré en primer lugar solamente el núcleo, reformando alguna puntuación o añadiendo, entre paréntesis, algunos elementos de referencia, necesarios para el sentido, que quedan en el plano retirado.
A continuación, reúno los incisos retirados, que por tratarse hablar no tienen el valor de la representación fundante y dependen de la credibilidad de las personas que hablan. Rompen la representación más fundante. Se pueden leer todos seguidos, y se comprobará que, a diferencia del plano anterior, que es un texto tan normal que podría servir de ejercicio escolar, estos fragmentos pierden parte del sentido al perder el contexto, lo que indica que son cuñas introducidas en el cuerpo principal que las sostiene. El lector puede leer la segunda sección entera y seguida, tal como se encuentra en el apéndice tomado de la edición que sigo. Son intervenciones habladas, no tienen la fuerza fundante de la representación y desequilibran, modifica o añaden algo no dicho en la parte objetiva e inopinable del núcleo anterior. Son pareceres subjetivos y personales.
El núcleo
Fue la última vez que lo vio.
Santiago Nasar entró en la cocina.
(Divina Flor) le sirvió a Santiago Nasar un tazón de café cerrero con un chorro de alcohol de caña, como todos los lunes, para ayudarlo sobrellevar la carga de la noche anterior.
Santiago Nasar masticó otra aspirina y se sentó a beber a sorbos lentos el tazón de café,
Santiago Nasar la agarró por la muñeca
―Ya estás en tiempo de desbravar― le dijo.
Victoria Guzmán le mostró el cuchillo ensangrentado.
―Suéltala, blanco― le ordenó en serio―.De esa agua no beberás mientras yo este viva.
(a Victoria Guzmán) la llevó a servir en su casa cuando se le acabó el afecto.
(Santiago Nasar sintió horror) cuando ella arrancó de cuajo las entrañas de un conejo y les tiró a los perros el tripajo humeante.
―No seas bárbara― le dijo él―. Imagínate que fuera un ser humano.
Siguió cebando a los perros con las vísceras de los otros conejos, sólo por amargarle el desayuno a Santiago Nasar.
El pueblo entero despertó con el bramido estremecedor del buque de vapor
Ibrahim Nasar lo compró (el antiguo depósito) a cualquier precio para poner una tienda de importación que nunca puso, y sólo
lo convirtió en una casa para vivir. En la planta baja abrió un salón
Lo único que dejó intacto en el salón fue la escalera en espiral rescatada de algún naufragio.
hizo dos dormitorios amplios y cinco camarotes
construyó un balcón de madera sobre los almendros de la plaza,
En la fachada conservó la puerta principal y le hizo dos ventanas de cuerpo entero con bolillos torneados. Conservó también la puerta posterior, sólo que un poco más alzada para pasar a caballo, y mantuvo en servicio una parte del antiguo muelle. Esa fue siempre la puerta de más uso,
fue por allí, y no por la puerta posterior,
fue por allí por donde él salió a recibir al obispo,
El juez instructor que vino de Riohacha debió sentirlas (las coincidencias), sin atreverse a admitirlas
contestó a la pregunta con su razón de madre:
“Mi hijo no salía nunca por la puerta de atrás cuando estaba bien vestido”.
el instructor la registró en una nota marginal, pero no la sentó en el sumario. Victoria Guzmán, por su parte, fue terminante en la respuesta
Santiago Nasar atravesó a pasos largos la casa en penumbra, perseguido por los bramidos de júbilo del buque del obispo. Divina Flor se le adelantó para abrirle la puerta, tratando de no dejarse alcanzar por entre las jaulas de pájaros dormidos del comedor, por entre los muebles de mimbre y las macetas de helechos colgados de la sala, pero cuando quitó la tranca de la puerta no pudo evitar otra vez la mano de gavilán carnicero. Se apartó para dejarlo salir, y a través de la puerta entreabierta vio los almendros de la plaza, nevados por el resplandor del amanecer, pero no tuvo valor para ver nada más. Lo único que ella pudo hacer por el hombre que nunca había de ser suyo, fue dejar la puerta sin tranca, contra las órdenes de Plácida Linero,
Alguien que nunca fue identificado (había metido por debajo de la puerta un papel)
Santiago Nasar salió de su casa, pero él no lo vio, ni lo vio Divina Flor ni lo vio nadie hasta mucho después de que el crimen fue consumado.
Santiago Nasar salió de su casa,
Clotilde Armenta, la dueña del negocio, fue la primera que lo vio en el resplandor del alba, y tuvo la impresión de que estaba vestido de aluminio.
Clotilde Armenta reprimió el aliento para no despertarlos.
el instinto los despertó por completo cuando Santiago Nasar salió de su casa. Ambos agarraron entonces el rollo de periódicos, y Pedro Vicario empezó a levantarse.
―Por el amor de Dios― murmuró Clotilde Armenta―. Déjenlo para después, aunque sea por respeto al señor obispo.
“Fue un soplo del Espíritu Santo”.
Al oírla, los gemelos Vicario reflexionaron, y el que se había levantado volvió a sentarse. Ambos siguieron con la mirada a Santiago Nasar cuando empezó a cruzar la plaza.
“Lo miraban más bien con lástima”,
Las niñas de la escuela de monjas atravesaron la plaza en ese momento trotando en desorden con sus uniformes de huérfanas.
Plácida Linero tuvo razón: el obispo no se bajó del buque.
no se detuvo.
Apareció en la vuelta del río, rezongando como un dragón, y entonces la banda de músicos empezó a tocar el himno del obispo, y los gallos se pusieron a cantar en los huacales y alborotaron a los otros gallos del pueblo.
En esta selección del núcleo que se puede leer sin ningún tropiezo, salvo la referencia al horror de Santiago Nasar, añadido entre paréntesis. Claramente se puede advertir que lo peculiar de la estructura del texto del capítulo primero de Crónica de una muerte anunciada no se encuentra en el núcleo, tan sencillo, con los hechos principales de una historia lineal, sino en las frases de los incisos, que transcribo después, y son hablar entrometido de X, cronista que, paradójicamente, no hace ninguna crónica y solamente introduce elementos desestabilizadores.
13
El segundo plano
Victoria Guzmán, la cocinera, estaba segura de que no había llovido aquel día, ni en todo el mes de febrero. Estaba descuartizando tres conejos para el almuerzo, rodeada de perros acezantes, –
Divina Flor, su hija, – apenas empezaba a florecer,
La cocina enorme, con el cuchicheo de la lumbre y las gallinas dormidas en las perchas, tenía una respiración sigilosa.
pensando despacio, sin apartar la vista de las dos mujeres que destripaban los conejos en la hornilla. A pesar de la edad, Victoria Guzmán se conservaba entera. La niña, todavía un poco montaraz, parecía sofocada por el ímpetu de sus glándulas.
–
cuando ella (Divina Flor) iba a recibirle el tazón vacío.
–
Había sido seducida (Victoria Guzmán) por Ibrahim Nasar en la plenitud de la adolescencia. La había amado en secreto varios años en los establos de la hacienda, y
Divina Flor, que era hija de un marido más reciente, se sabía destinada a la cama furtiva de Santiago Nasar, y esa idea le causaba una ansiedad prematura.
Sin embargo, tenía tantas rabias atrasadas la mañana del crimen, que
En esas estaban (cuando)
en que llegaba el obispo.
La casa era un antiguo depósito de dos pisos, con paredes de tablones bastos y un techo de cinc de dos aguas, sobre el cual velaban los gallinazos por los desperdicios del puerto. Había sido construido en los tiempos en que el río era tan servicial que muchas barcazas de mar, e inclusive algunos barcos de altura, se aventuraban hasta aquí a través de las ciénagas del estuario.
Cuando vino Ibrahim Nasar con los últimos árabes, al término de las guerras civiles,
ya no llegaban los barcos de mar debido a las mudanzas del río, y el depósito estaba en desuso.
cuando se iba a casar
que servía para todo, y construyó en el fondo una caballeriza para cuatro animales, los cuartos de servicio, y tina cocina de hacienda con ventanas hacia el puerto por (el puerto) entraba a toda hora la pestilencia de las aguas.
En la planta alta, donde antes estuvieron las oficinas de aduana,
para los muchos hijos que pensaba tener,
donde Plácida Linero se sentaba en las tardes de marzo a consolarse de su soledad.
no sólo porque era el acceso natural a las pesebreras y la cocina, sino porque daba a la calle del puerto nuevo sin pasar por la plaza. La puerta del frente, salvo en ocasiones festivas, permanecía cerrada y con tranca. Sin embargo,
por donde esperaban a Santiago Nasar los hombres que lo iban a matar, y
a pesar de que debía darle una vuelta completa a la casa para llegar al puerto. Nadie podía entender tantas coincidencias funestas.
pues su interés (del juez instructor) de darles una explicación racional era evidente en el sumario. La puerta de la plaza estaba citada varias veces con un nombre de folletín: La puerta fatal. En realidad, la única explicación válida parecía ser la de Plácida Linero, que
Parecía una verdad tan fácil,
ni ella ni su hija sabían que a Santiago Nasar lo estaban esperando para matarlo.
para que él pudiera entrar otra vez en caso de urgencia.
había metido por debajo de la puerta un papel dentro de un sobre, en el cual le avisaban a Santiago Nasar que lo estaban esperando para matarlo, y le revelaban además el lugar y los motivos, y otros detalles muy precisos de la confabulación. El mensaje estaba en el suelo cuando
Habían dado las seis y aún seguían encendidas las luces públicas. En las ramas de los almendros, y en algunos balcones, estaban todavía las guirnaldas de colores de la boda, y hubiera podido pensarse que acababan de colgarlas en honor del obispo. Pero la plaza cubierta de baldosas hasta el atrio de la iglesia, donde estaba el tablado de los músicos, parecía un muladar de botellas vacías y toda clase de desperdicios de la parranda pública. Cuando
varias personas corrían hacia el puerto, apremiadas por los bramidos del buque. El único lugar abierto en la plaza era una tienda de leche a un costado de la iglesia, donde estaban los dos hombres que esperaban a Santiago Nasar para matarlo.
Los hombres que lo iban a matar se habían dormido en los asientos, apretando en el regazo los cuchillos envueltos en periódicos
Eran gemelos: Pedro y Pablo Vicario. Tenían 24 años, y se parecían tanto que costaba trabajo distinguirlos. «Eran de catadura espesa, pero de buena índole», decía el sumario
Esa mañana llevaban todavía los vestidos de paño oscuro de la boda, demasiado gruesos y formales para el Caribe, y tenían el aspecto devastado por tantas horas de mala vida, pero habían cumplido con el deber de afeitarse. Aunque no habían dejado de beber desde la víspera de la parranda, ya no estaban borrachos al cabo de tres días, sino que parecían sonámbulos desvelados. Se habían dormido con las primeras auras del amanecer, después de casi tres horas de espera en la tienda de Clotilde Armenta, y aquél era su primer sueño desde el viernes. Apenas si habían despertado con el primer bramido del buque
Había mucha gente en el puerto además de las autoridades y los niños de las escuelas, y por todas partes se veían los huacales de gallos bien cebados que le llevaban de regalo al obispo, porque la sopa de crestas era su plato predilecto. En el muelle de carga había tanta leña arrumada, que el buque habría necesitado por lo menos dos horas para cargarla.
El segundo plano se encuentra más entrecortado que el núcleo en donde se quedan anidadas referencias necesarias para la lectura exclusiva y seguida del segundo plano. Y, por otra parte, al no consistir las descripciones y los “procesos” estativos en una arquitectura temporal, no tienen la continuidad del núcleo; se lee bien, pero con algunas carencias de sentido debidas a la disección. Las frases están sin mucha conexión ente sí, porque se cuelgan en frases del primer plano. No tienen secuencia propia. Se apoyan en elementos nucleares, dan pausa a su secuencia, pero no interrumpen la continuidad. El segundo plano, no contiene solamente acciones, incluyo elementos descriptivos y comentarios de narrador inmanente. No obstante, se aprecia que la narración en este plano es de gran sencillez, como la del primero.
Los incisos hablados
“Al contrario”, me dijo cuando vine a verla, poco antes de su muerte. “El sol calentó más temprano que en agosto”.
“Siempre se levantaba con cara de mala noche”, recordaba sin amor Victoria Guzmán.
“No ha vuelto a nacer otro hombre como ese”, me dijo, gorda y mustia, y rodeada por los hijos de otros amores.
“Era idéntico a su padre-le replicó Victoria Guzmán-. Un mierda”.
Victoria Guzmán necesitó casi 20 años para entender que un hombre acostumbrado a matar animales inermes expresara de pronto semejante horror.
“Dios Santo -exclamó asustada-, de modo que todo aquello fue una revelación”.
Pero no pudo eludir una rápida ráfaga de espanto al recordar el horror de Santiago Nasar …. Pero en el curso de sus años admitió que ambas lo sabían cuando él entró en la cocina a tomar el café. Se lo había dicho una mujer que pasó después de las cinco a pedir un poco de leche por caridad, y les reveló además los motivos y el lugar donde lo estaban esperando.
“No la previne porque pensé que eran habladas de borracho”, me dijo.
No obstante, Divina Flor me confesó en una visita posterior, cuando ya su madre había muerto, que ésta no le había dicho nada a Santiago Nasar porque en el fondo de su alma quería que lo mataran. En cambio, ella no lo previno porque entonces no era más que una niña asustada, incapaz de una decisión propia, y se había asustado mucho más cuando él la agarró por la muñeca con una mano que sintió helada y pétrea, como una mano de muerto.
“Me agarró toda la panocha” me dijo Divina Flor-.”Era lo que hacía siempre cuando me encontraba sola por los rincones de la casa, pero aquel día no sentí el susto de siempre sino unas ganas horribles de llorar”.
“Entonces se acabó el pito del buque y empezaron a cantar los gallos”-me dijo-.”Era un alboroto tan grande, que no podía creerse que hubiera tantos gallos en el pueblo, y pensé que venían en el buque del obispo”.
“Ya parecía un fantasma”, me dijo.
Yo, que los conocía desde la escuela primaria, hubiera escrito lo mismo.
repetía ella a menudo. En efecto, había sido una ocurrencia providencial, pero de una virtud momentánea decía Clotilde Armenta.
Las intervenciones responden a la misma estructura: me dijo y la citación de las palabras. En su afán de recomponer los hechos X relata el testimonio que recibe, en otro tiempo, de los hechos representados. Las intervenciones se producen cuando, ya la crónica está representada, se incide en ella y recibe la confirmación o la ligera alteración de los hechos, porque no se conocían completamente. Los personajes le hablan, algunos se apartan en su declaración de la representación objetiva, que ha sido fundante de los hechos, para introducir nuevos aspectos por opiniones o apreciaciones que se relativizan sus personajes.
Resumen
La diferencia, entre la primera y la segunda sección es bastante notable. En esta segunda parte la técnica de contraponer los dos momentos es simple y repetida. Son nueve intervenciones, apoyadas en la citación de una frase, que conlleva un salto a otro tiempo de conversación entre X y uno de los personajes. Se complementan acciones de la crónica sin modificarla y todas inciden en el sentido inexorable del suceso principal: la muerte de Santiago Nasar. En esta parte no hay ambigüedad ninguna. Los estratos narrativos quedan bien deslindados.
OTROS ENFOQUES SOBRE CRÓNICA DE LA MUERTE ANUNCIADA.
Tomo un ejemplo de lo que puede ser normal en narratología, materia que no cultivo. Eduardo Serrano Orejuela dice lo siguiente en la introducción de su trabajo sobre esta novela de García Márquez: El hecho de que el narrador de un texto narrativo literario tenga por función central relatar, por medio de un discurso verbal, una historia al narratario, su correlato en el plano de la narración plantea, entre otros no menos importantes, el problema de la procedencia de su saber diegético (= relativo a la historia relatada). En efecto, ¿por qué y cómo sabe un narrador lo que relata?
Esto es lo que se plantea de forma enteramente general en narratología. Están en la presunción de que todo relato lo cuenta un narrador y como hay un personaje narrador, él lo cuenta todo. Pero el personaje cronista no es el narrador de toda la novela. Entre otras cosas porque en las representaciones nadie narra nada. Y cuando se percibe a un hablante, se interrumpe enteramente la representación narrativa. Y ante el hecho de encontrar que alguien habla en una representación narrativa, nos debemos situar ante dos casos:
Primero, es un personaje que habla con el yo-tú a otros personajes. Y cuando este personaje habla de su pasado, y ya no habla con los otros personajes, sino hace una representación vinculada a su hablar de personaje, hace autobiografía. Esta representación nunca es independiente y además está dentro del hablar imitado. Por tanto, no verdadero.
Segundo, es el narrador inmanente que toda narración puede incluir. Aparece esa voz entrometiéndose en la representación objetiva, Y tampoco él narra. Lo que se llama narración se encentra en la representación objetiva.
Serrano Orejuela interpreta que en la crónica de una muerte hay un individuo desdoblado entre mero personaje, envuelto en los hechos, y personaje cronista que es el narrador, un hablante que tiene por función emitir todo el discurso verbal. Y sobre este desdoblamiento se plantea un problema cognitivo. ¿Qué sabe el personaje simple? ¿Qué sabe el personaje narrador? Añado esta cita para mayor claridad de lo que dice: (el cronista) “se presenta a sí mismo como un actor perteneciente al universo diegético de la novela y por tanto en relación espacial y temporal con los otros actores, agentes o pacientes, de la historia por él relatada.” Parece como si el cronista estuviera fuera de la representación y el simple personaje dentro.
En las narraciones hay un narrador que pertenece a la estructura del texto, aunque no es obligado que lo tengan todas, porque una narración puede prescindir de él. Se trata de una voz inmanente, que ni responde a una persona real ni a un personaje ni al autor. Una voz que contrasta con la representación objetiva que pertenece a la misma estructura del texto narrativo y esa sí, no puede faltar. En esto consiste la estructura dual del discurso narrativo. El contraste se da entre la parte del texto en que alguien habla y la parte en la que nadie habla. Pero ese narrador, común a casi todos los relatos, no se puede identificar con el cronista de la muerte, puesto que este es solamente un personaje inmerso en un mundo que le desborda. Y el narrador inmanente no es personaje.
Por estas razones, simples o no simples, en la crónica de la muerte he distinguido tres frases: (1) la de un narrador inmanente, (2) la voz de un personaje X que habla, le hablan y se comunica con el lector que le escuche, cuando cuenta su pasado y es en parte biografía, y (3) la frase de representación objetiva en la que no habla nadie.
El personaje X está envuelto en los sucesos, y sigue en esa condición de personaje, y cuando se convierte en cronista de lo que vivió y habla con otros, se crea un tiempo, tiempo segundo, desde el que se indaga el primero. Va y viene de uno a otro.
TERCERA SECCIÓN
Por aquella época, los legendarios buques de rueda alimentados con leña estaban a punto de acabarse, y los pocos que quedaban en servicio y a no tenían pianola ni camarotes para la luna de miel, y apenas si lograban navegar contra la corriente. Pero éste era nuevo, y tenía dos chimeneas en vez de una con la bandera pintada como un brazal, y la rueda de tablones de la popa le daba un ímpetu de barco de mar. En la baranda superior, junto al camarote del capitán, iba el obispo de sotana blanca con su séquito de españoles.
―Estaba haciendo un tiempo de Navidad―, ha dicho mi hermana Margot. Lo que pasó, según ella, fue que el silbato del buque soltó un chorro de vapor a presión al pasar frente al puerto, y dejó ensopados a los que estaban más cerca de la orilla
El comienzo no permite decidir si se trata de una representación que no tiene hablante, pero al llegar a la intervención de X, ha dicho mi hermana Margot, queda claro, y se mantiene hasta el final, que el texto es de X. El sujeto del verbo introductorio a la reproducción del hablar de Margot pertenece a X, mi hermana. Para introducir lenguaje directo, ha dicho mi hermana Margot, emplea el pretérito perfecto compuesto. Es el punto de inflexión donde comienza la última sección del capítulo primero, distinta enteramente de las dos anteriores. En esta parte no tenemos ningún párrafo de representación narrativa y, por tanto, tampoco hay incisos, toda la representación la cuenta X en su hablar. La frase de Margot ha sido pronunciada en el pasado cercano al presente de X, que está, por lo tanto, en medio de los hechos y no a la distancia de los 27 años, cuando tuvo lugar la conversación con Plácida Linero.
Toda la sección, de principio a fin, se atribuye al personaje X que habla y en su hablar cuenta los sucesos de la crónica, cuyo final ya conocemos. Después de este verbo, que quiere marcar el cambio, el personaje X está inmerso en los hechos, han desaparecido la distancia. Después del pretérito perfecto compuesto vienen los tiempos propios de contar el pasado, que son el indefinido y el imperfecto. Todo puede adscribirse al hablar del personaje X, no se trata, por tanto, de una representación narrativa que nadie enuncia, sino de la representación que hace X, vinculada a su hablar como personaje de sucesos pasados, cuenta él la historia desde un tiempo posterior a la muerte, pero cercano a ella. No hay ambigüedad.
El perfecto compuesto no es un tiempo narrativo. El sistema verbal de la representación narrativa no lo tiene, porque pertenece a la esfera de tiempos presentes del sistema general del hablar, y en la representación no se emplea, no pertenece al sistema de la conjugación narrativa. Pero lo emplea X que es un hablante. Se trata de un pasado respecto a su presente. El pretérito perfecto compuesto tiene valor de pretérito próximo. Por tanto, el uso de este tiempo retrospectivo equivale a decirnos que a partir de ese momento X está en el presente de los hechos de la crónica. Después de este cambio marcado por el perfecto compuesto se vuelven a usar los tiempos pasados, indefinido e imperfecto, los que serán presentes en las representaciones sin hablante, pero aquí son pasados del hablante.
Aclarado esto no queda nada más que leer así el resto del capítulo, porque esta sección ofrece una uniformidad de estructura más limpia que la primera y la segunda. Se escucha a X, personaje que cuenta lo que pasó. Ahora es cuando X es más cronista, pero la crónica ya está dada.
CONCLUSIÓN
La impresión que saco de este capítulo y de la lectura más general de la novela es el predominio que tiene su arquitectura narrativa. La crónica de la muerte se encuentra en un texto común, en una representación fundante de los hechos, flanqueada por la intervención de un hablante que es o ha sido participante de los hechos. La muerte está encerrada en la representación primera del capítulo primero, es una historia cercada por sus propios hechos. El final se pone al principio y el mundo representado contiene magnitudes deformadas, exageraciones propias de la parodia, aspectos vacíos en los personajes, rituales convencionales, ausencia de vida libre en todos los personajes, salvo la crisis de Ángela Vicario. Determinismo de tragedia, destino inexorable y prefijado, mundo sin libertad en las personas, casi sin sentido y sin amor. “No podían entender las numerosas casualidades encadenadas que habían hecho posible la muerte de Santiago Nasar, ninguno de nosotros podía seguir viviendo sin saber cuál era el sitio y misión que le había asignado la fatalidad”.
Las intromisiones del cronista secundan esta representación primera, ningún personaje puede cambiar nada y dice Pablo Vicario: “ya no tiene remedio es como si nos hubiese sucedido”. El título de la novela refleja este destino inexorable y la primera frase “el día en que lo iban a matar” es representativa de todo esto: un hecho que no ha tenido lugar se presenta como ya sucedido. El destino ciego.
Entre los dos tiempos de la novela, el primero es la representación apofántica y fundante y el segundo indaga sobre lo sucedido para confirmar que todos contribuyen al destino. Y esto se repite de mil formas y como consecuencia los personajes son enteramente planos, aplastados en su ser y con un toque de inautenticidad. Solo Ángela Vicario, en la mayor paradoja de las contradicciones, sale de este círculo. “Dueña por primera vez de su destino, Ángela Vicario, descubrió entonces que el odio y el amor son pasiones recíprocas” Descubre ser libre en las pasiones de la libertad.
La estructura del texto indica que ha sido intensamente elaborado. Una muestra valiosa para comprender que la narración se asienta en un objeto construido con palabras. También un objeto porque los hechos y los personajes no tienen alma, un solo personaje nos habla de libertad, la que se iba a casar sin amor. El amor, que es la hondura de la vida. Es un trabajo de maestría con el texto, y con él en esta novela García Márquez nos da un mundo aplastado.
BIBLIOGRAFÍA
Aristóteles, (1937), Poética. Ed., trad. y notas de Valentín García Yebra. Madrid.
Benveniste, E. (1971) Problemas de lingüística general.
García Márquez, Gabriel (1981) Crónica de una muerte anunciada.
Martínez Bonati, Félix (1972) La estructura de la obra literaria. Una investigación de filosofía del lenguaje y estética. Barcelona.
— (1980) The Act of Writing Fiction. New Literary History, Vol. 11, No. 3, On Narrative and Narratives: II (Spring, 1980), pp. 425-434.
— (1981) Representación y ficción Rev. Canadiense de Estudios Hispánicos Vol. 6 No. 1 (otoño 1981) pp. 67-89.
Real Academia Española (2009) Nueva Gramática de la Lengua Española (NGLE). Madrid
Serrano Orejuela, Eduardo (1997) El saber del narrador como objeto de busqueda en Crónica de una muerte anunciada.
Valenzuela Cervera, J. A. (1971) Las Actividades del Lenguaje.
— (2011) Escribir. Diálogos y narraciones.
— (2016) El texto de la narración en español.
— (2018) Narración. Trama del texto.
— (2018) Hablar. Representar. Narrar.
APÉNDICE, CAPÍTULO PRIMERO
CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA (La división pertenece a la disposición de este estudio)
Sección primera
1 El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana
2 para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un
3 bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz
en
4 el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros.
5 «Siempre soñaba con árboles», me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27
6 años después los pormenores de aquel lunes ingrato. «La semana anterior había
7 soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que volaba sin tropezar por
8 entre los almendros», me dijo. Tenía una reputación muy bien ganada de
9 intérprete certera de los sueños ajenos, siempre que se los contaran en ay unas,
10 pero no había advertido ningún augurio aciago en esos dos sueños de su hijo, ni
en
11 los otros sueños con árboles que él le había contado en las mañanas que
12 precedieron a su muerte.
13 Tampoco Santiago Nasar reconoció el presagio. Había dormido poco y mal,
14 sin quitarse la ropa, y despertó con dolor de cabeza y con un sedimento de
estribo
15 de cobre en el paladar, y los interpretó como estragos naturales de la parranda de
16 bodas que se había prolongado hasta después de la media noche. Más aún: las
17 muchas personas que encontró desde que salió de su casa a las 6.05 hasta que
fue
18 destazado como un cerdo una hora después, lo recordaban un poco soñoliento
19 pero de buen humor, y a todos les comentó de un modo casual que era un día
20 muy hermoso. Nadie estaba seguro de si se refería al estado del tiempo. Muchos
21 coincidían en el recuerdo de que era una mañana radiante con una brisa de mar
22 que llegaba a través de los platanales, como era de pensar que lo fuera en un
23 buen febrero de aquella época. Pero la mayoría estaba de acuerdo en que era un
24 tiempo fúnebre, con un cielo turbio y bajo y un denso olor de aguas dormidas, y
25 que en el instante de la desgracia estaba cayendo una llovizna menuda como la
26 que había visto Santiago Nasar en el bosque del sueño. Yo estaba reponiéndome
27 de la parranda de la boda en el regazo apostólico de María Alejandrina
28 Cervantes, y apenas si desperté con el alboroto de las campanas tocando a
29 rebato, porque pensé que las habían soltado en honor del obispo.
30 Santiago Nasar se puso un pantalón y una camisa de lino blanco, ambas
31 piezas sin almidón, iguales a las que se había puesto el día anterior para la boda.
32 Era un atuendo de ocasión. De no haber sido por la llegada del obispo se habría
33 puesto el vestido de caqui y las botas de montar con que se iba los lunes a El
34 Divino Rostro, la hacienda de ganado que heredó de su padre, y que él
35 administraba con muy buen juicio, aunque sin mucha fortuna. En el monte
36 llevaba al cinto una 357 Magnum, cuyas balas blindadas, según él decía, podían
37 partir un caballo por la cintura. En época de perdices llevaba también sus aperos
38 de cetrería. En el armario tenía además un rifle 30.06 Mannlicher-Schönauer, un
39 rifle 300 Holland Magnum, un 22 Hornet con mira telescópica de dos poderes, y
40 una Winchester de repetición. Siempre dormía como durmió su padre, con el
41 arma escondida dentro de la funda de la almohada, pero antes de abandonar la
42 casa aquel día le sacó los proyectiles y la puso en la gaveta de la mesa de noche.
43 «Nunca la dejaba cargada”, me dijo su madre. Yo lo sabía, y sabía además que
44 guardaba las armas en un lugar y escondía la munición en otro lugar muy
45 apartado, de modo que nadie cediera ni por casualidad a la tentación de
cargarlas
46 dentro de la casa. Era una costumbre sabia impuesta por su padre desde una
47 mañana en que una sirvienta sacudió la almohada para quitarle la funda, y la
48 pistola se disparó al chocar contra el suelo, y la bala desbarató el armario del
49 cuarto, atravesó la pared de la sala, pasó con un estruendo de guerra por el
50 comedor de la casa vecina y convirtió en polvo de y eso a un santo de tamaño
51 natural en el altar mayor de la iglesia, al otro extremo de la plaza. Santiago
52 Nasar, que entonces era muy niño, no olvidó nunca la lección de aquel percance.
53 La última imagen que su madre tenía de él era la de su paso fugaz por el
54 dormitorio. La había despertado cuando trataba de encontrar a tientas una
55 aspirina en el botiquín del baño, y ella encendió la luz y lo vio aparecer en la
56 puerta con el vaso de agua en la mano, como había de recordarlo para siempre.
57 Santiago Nasar le contó entonces el sueño, pero ella no les puso atención a los
58 árboles.
59 —Todos los sueños con pájaros son de buena salud —dijo.
60 Lo vio desde la misma hamaca y en la misma posición en que la encontré.
61 postrada por las últimas luces de la vejez, cuando volví a este pueblo olvidado
62 tratando de recomponer con tantas astillas dispersas el espejo roto de la
63 memoria. Apenas si distinguía las formas a plena luz, y tenía hojas medicinales
64 en las sienes para el dolor de cabeza eterno que le dejó su hijo la última vez que
65 pasó por el dormitorio. Estaba de costado, agarrada a las pitas del cabezal de la
66 hamaca para tratar de incorporarse, y había en la penumbra el olor de
bautisterio
67 que me había sorprendido la mañana del crimen.
68 Apenas aparecí en el vano de la puerta me confundió con el recuerdo de
69 Santiago Nasar. “Ahí estaba”, me dijo. “Tenía el vestido de lino blanco lavado
70 con agua sola, porque era de piel tan delicada que no soportaba el ruido del
71 almidón”. Estuvo un largo rato sentada en la hamaca, masticando pepas de
72 cardamina, hasta que se le pasó la ilusión de que el hijo había vuelto. Entonces
73 suspiró: “Fue el hombre de mi vida”.
74 Yo lo vi en su memoria. Había cumplido 21 años la última semana de enero,
75 y era esbelto y pálido, y tenía los párpados árabes y los cabellos rizados de su
76 padre. Era el hijo único de un matrimonio de conveniencia que no tuvo un solo
77 instante de felicidad, pero él parecía feliz con su padre hasta que éste murió de
78 repente, tres años antes, y siguió pareciéndolo con la madre solitaria hasta el
79 lunes de su muerte. De ella heredó el instinto. De su padre aprendió desde muy
80 niño el dominio de las armas de fuego, el amor por los caballos y la maestranza
81 de las aves de presas altas, pero de él aprendió también las buenas artes del
valor
82 y la prudencia. Hablaban en árabe entre ellos, pero no delante de Plácida Linero
83 para que no se sintiera excluida. Nunca se les vio armados en el pueblo, y la
84 única vez que trajeron sus halcones amaestrados fue para hacer una
85 demostración de altanería en un bazar de caridad. La muerte de su padre lo
había
86 forzado a abandonar los estudios al término de la escuela secundaria, para
87 hacerse cargo de la hacienda familiar. Por sus méritos propios, Santiago Nasar
88 era alegre y pacífico, y de corazón fácil.
89 El día en que lo iban a matar, su madre creyó que él se había equivocado de
90 fecha cuando lo vio vestido de blanco. “Le recordé que era lunes”, me dijo.
91 Pero él le explicó que se había vestido de pontifical por si tenía ocasión de
besarle
92 el anillo al obispo. Ella no dio ninguna muestra de interés.
93 —Ni siquiera se bajará del buque —le dijo—. Echará una bendición de
94 compromiso, como siempre, y se irá por donde vino. Odia a este pueblo.
95 Santiago Nasar sabía que era cierto, pero los fastos de la iglesia le causaban
96 una fascinación irresistible. “Es como el cine”, me había dicho alguna vez. A su
97 madre, en cambio, lo único que le interesaba de la llegada del obispo era que el
98 hijo no se fuera a mojar en la lluvia, pues lo había oído estornudar mientras
99 dormía. Le aconsejó que llevara un paraguas, pero él le hizo un signo de adiós
100 con la mano y salió del cuarto. Fue la última vez que lo vio.
Sección segunda
101 Victoria Guzmán, la cocinera, estaba segura de que no había llovido aquel día,
102 ni en todo el mes de febrero. “Al contrario”, me dijo cuando vine a verla, poco
103 antes de su muerte. “El sol calentó más temprano que en agosto”. Estaba
104 descuartizando tres conejos para el almuerzo, rodeada de perros acezantes,
105 cuando Santiago Nasar entró en la cocina. “Siempre se levantaba con cara de
106 mala noche”, recordaba sin amor Victoria Guzmán. Divina Flor, su hija, que
107 apenas empezaba a florecer, le sirvió a Santiago Nasar un tazón de café cerrero
108 con un chorro de alcohol de caña, como todos los lunes, para ayudarlo a
109 sobrellevar la carga de la noche anterior. La cocina enorme, con el cuchicheo de
110 la lumbre y las gallinas dormidas en las perchas, tenía una respiración sigilosa.
111 Santiago Nasar masticó otra aspirina y se sentó a beber a sorbos lentos el tazón de
112 café, pensando despacio, sin apartar la vista de las dos mujeres que destripaban
113 los conejos en la hornilla. A pesar de la edad, Victoria Guzmán se conservaba
114 entera. La niña, todavía un poco montaraz, parecía sofocada por el ímpetu de sus
115 glándulas. Santiago Nasar la agarró por la muñeca cuando ella iba a recibirle el
116 tazón vacío.
117 —Ya estás en tiempo de desbravar —le dijo.
118 Victoria Guzmán le mostró el cuchillo ensangrentado.
119 —Suéltala, blanco —le ordenó en serio—. De esa agua no beberás mientras
120 y o esté viva.
121 Había sido seducida por Ibrahim Nasar en la plenitud de la adolescencia. La
122 había amado en secreto varios años en los establos de la hacienda, y la llevó a
123 servir en su casa cuando se le acabó el afecto. Divina Flor, que era hija de un
124 marido más reciente, se sabía destinada a la cama furtiva de Santiago Nasar, y
125 esa idea le causaba una ansiedad prematura. “No ha vuelto a nacer otro hombre
126 como ése”, me dijo, gorda y mustia, y rodeada por los hijos de otros amores.
127 “Era idéntico a su padre —le replicó Victoria Guzmán—. Un mierda”. Pero no
128 pudo eludir una rápida ráfaga de espanto al recordar el horror de Santiago
Nasar
129 cuando ella arrancó de cuajo las entrañas de un conejo y les tiró a los perros el
130 tripajo humeante.
131 —No seas bárbara —le dijo él—. Imagínate que fuera un ser humano.
132 Victoria Guzmán necesitó casi 20 años para entender que un hombre
133 acostumbrado a matar animales inermes expresara de pronto semejante horror.
134 “¡Dios Santo —exclamó asustada—, de modo que todo aquello fue una
135 revelación!”. Sin embargo, tenía tantas rabias atrasadas la mañana del crimen,
136 que siguió cebando a los perros con las vísceras de los otros conejos, sólo por
137 amargarle el desayuno a Santiago Nasar. En ésas estaban cuando el pueblo
138 entero despertó con el bramido estremecedor del buque de vapor en que llegaba
139 el obispo.
140 La casa era un antiguo depósito de dos pisos, con paredes de tablones bastos y
141 un techo de cinc de dos aguas, sobre el cual velaban los gallinazos por los
142 desperdicios del puerto. Había sido construido en los tiempos en que el río era tan
143 servicial que muchas barcazas de mar, e inclusive algunos barcos de altura, se
144 aventuraban hasta aquí a través de las ciénagas del estuario. Cuando vino
Ibrahim
145 Nasar con los últimos árabes, al término de las guerras civiles, y a no llegaban los
146 barcos de mar debido a las mudanzas del río, y el depósito estaba en desuso.
147 Ibrahim Nasar lo compró a cualquier precio para poner una tienda de
148 importación que nunca puso, y sólo cuando se iba a casar lo convirtió en una casa
149 para vivir. En la planta baja abrió un salón que servía para todo, y construyó en el
150 fondo una caballeriza para cuatro animales, los cuartos de servicio, y una cocina
151 de hacienda con ventanas hacia el puerto por donde entraba a toda hora la
152 pestilencia de las aguas. Lo único que dejó intacto en el salón fue la escalera en
153 espiral rescatada de algún naufragio. En la planta alta, donde antes estuvieron las
154 oficinas de aduana, hizo dos dormitorios amplios y cinco camarotes para los
155 muchos hijos que pensaba tener, y construyó un balcón de madera sobre los
156 almendros de la plaza, donde Plácida Linero se sentaba en las tardes de marzo a
157 consolarse de su soledad. En la fachada conservó la puerta principal y le hizo dos
158 ventanas de cuerpo entero con bolillos torneados. Conservó también la puerta
159 posterior, sólo que un poco más alzada para pasar a caballo, y mantuvo en
160 servicio una parte del antiguo muelle. Ésa fue siempre la puerta de más uso, no
161 sólo porque era el acceso natural a las pesebreras y la cocina, sino porque daba a
162 la calle del puerto nuevo sin pasar por la plaza. La puerta del frente, salvo en
163 ocasiones festivas, permanecía cerrada y con tranca. Sin embargo, fue por allí, y
164 no por la puerta posterior, por donde esperaban a Santiago Nasar los hombres que
165 lo iban a matar, y fue por allí por donde él salió a recibir al obispo, a pesar de que
166 debía darle una vuelta completa a la casa para llegar al puerto.
167 Nadie podía entender tantas coincidencias funestas. El juez instructor que vino
168 de Riohacha debió sentirlas sin atreverse a admitirlas, pues su interés de darles
169 una explicación racional era evidente en el sumario. La puerta de la plaza estaba
170 citada varias veces con un nombre de folletín: La puerta fatal. En realidad, la
171 única explicación válida parecía ser la de Plácida Linero, que contestó a la
172 pregunta con su razón de madre: “Mi hijo no salía nunca por la puerta de atrás
173 cuando estaba bien vestido”. Parecía una verdad tan fácil, que el instructor la
174 registró en una nota marginal, pero no la sentó en el sumario.
175 Victoria Guzmán, por su parte, fue terminante en la respuesta de que ni ella ni
176 su hija sabía que a Santiago Nasar lo estaban esperando para matarlo. Pero en
177 el curso de sus años admitió que ambas lo sabían cuando él entró en la cocina a
178 tomar el café. Se lo había dicho una mujer que pasó después de las cinco a pedir
179 un poco de leche por caridad, y les reveló además los motivos y el lugar donde lo
180 estaban esperando. “No lo previne porque pensé que eran habladas de
181 borracho”, me dijo. No obstante, Divina Flor me confesó en una visita posterior,
182 cuando y a su madre había muerto, que ésta no le había dicho nada a Santiago
183 Nasar porque en el fondo de su alma quería que lo mataran. En cambio, ella no
lo
184 previno porque entonces no era más que una niña asustada, incapaz de una
185 decisión propia, y se había asustado mucho más cuando él la agarró por la
186 muñeca con una mano que sintió helada y pétrea, como una mano de muerto.
187 Santiago Nasar atravesó a pasos largos la casa en penumbra, perseguido por
188 los bramidos de júbilo del buque del obispo. Divina Flor se le adelantó para
189 abrirle la puerta, tratando de no dejarse alcanzar por entre las jaulas de pájaros
190 dormidos del comedor, por entre los muebles de mimbre y las macetas de
191 helechos colgados de la sala, pero cuando quitó la tranca de la puerta no pudo
192 evitar otra vez la mano de gavilán carnicero. “Me agarró toda la panocha —me
193 dijo Divina Flor—. Era lo que hacía siempre cuando me encontraba sola por los
194 rincones de la casa, pero aquel día no sentí el susto de siempre sino unas ganas
195 horribles de llorar”. Se apartó para dejarlo salir, y a través de la puerta
196 entreabierta vio los almendros de la plaza, nevados por el resplandor del
197 amanecer, pero no tuvo valor para ver nada más. “Entonces se acabó el pito del
198 buque y empezaron a cantar los gallos —me dijo—. Era un alboroto tan grande,
199 que no podía creerse que hubiera tantos gallos en el pueblo, y pensé que venían
200 en el buque del obispo”. Lo único que ella pudo hacer por el hombre que nunca
201 había de ser suyo, fue dejar la puerta sin tranca, contra las órdenes de Plácida
202 Linero, para que él pudiera entrar otra vez en caso de urgencia. Alguien que
203 nunca fue identificado había metido por debajo de la puerta un papel dentro de
204 un sobre, en el cual le avisaban a Santiago Nasar que lo estaban esperando para
205 matarlo, y le revelaban además el lugar y los motivos, y otros detalles muy
206 precisos de la confabulación. El mensaje estaba en el suelo cuando Santiago
207 Nasar salió de su casa, pero él no lo vio, ni lo vio Divina Flor ni lo vio nadie hasta
208 mucho después de que el crimen fue consumado.
209 Habían dado las seis y aún seguían encendidas las luces públicas. En las
210 ramas de los almendros, y en algunos balcones, estaban todavía las guirnaldas de
211 colores de la boda, y hubiera podido pensarse que acababan de colgarlas en
212 honor del obispo. Pero la plaza cubierta de baldosas hasta el atrio de la iglesia,
213 donde estaba el tablado de los músicos, parecía un muladar de botellas vacías y
214 toda clase de desperdicios de la parranda pública. Cuando Santiago Nasar salió de
215 su casa, varias personas corrían hacia el puerto, apremiadas por los bramidos del
216 buque.
217 El único lugar abierto en la plaza era una tienda de leche a un costado de la
218 iglesia, donde estaban los dos hombres que esperaban a Santiago Nasar para
219 matarlo. Clotilde Armenta, la dueña del negocio, fue la primera que lo vio en el
220 resplandor del alba, y tuvo la impresión de que estaba vestido de aluminio. “Ya
221 parecía un fantasma”, me dijo. Los hombres que lo iban a matar se habían
222 dormido en los asientos, apretando en el regazo los cuchillos envueltos en
223 periódicos, y Clotilde Armenta reprimió el aliento para no despertarlos.
224 Eran gemelos: Pedro y Pablo Vicario. Tenían 24 años, y se parecían tanto que
225 costaba trabajo distinguirlos. “Eran de catadura espesa, pero de buena índole”,
226 decía el sumario. Yo, que los conocía desde la escuela primaria, hubiera escrito
227 lo mismo. Esa mañana llevaban todavía los vestidos de paño oscuro de la boda,
228 demasiado gruesos y formales para el Caribe, y tenían el aspecto devastado por
229 tantas horas de mala vida, pero habían cumplido con el deber de afeitarse.
230 Aunque no habían dejado de beber desde la víspera de la parranda, y a no
231 estaban borrachos al cabo de tres días, sino que parecían sonámbulos
desvelados.
232 Se habían dormido con las primeras auras del amanecer, después de casi tres
233 horas de espera en la tienda de Clotilde Armenta, y aquél era su primer sueño
234 desde el viernes. Apenas si habían despertado con el primer bramido del buque,
235 pero el instinto los despertó por completo cuando Santiago Nasar salió de su casa.
236 Ambos agarraron entonces el rollo de periódicos, y Pedro Vicario empezó a
237 levantarse.
238 —Por el amor de Dios —murmuró Clotilde Armenta—. Déjenlo para
239 después, aunque sea por respeto al señor obispo.
240 “Fue un soplo del Espíritu Santo”, repetía ella a menudo. En efecto, había
241 sido una ocurrencia providencial, pero de una virtud momentánea. Al oírla, los
242 gemelos Vicario reflexionaron, y el que se había levantado volvió a sentarse.
243 Ambos siguieron con la mirada a Santiago Nasar cuando empezó a cruzar la
244 plaza. “Lo miraban más bien con lástima”, decía Clotilde Armenta. Las niñas de
245 la escuela de monjas atravesaron la plaza en ese momento trotando en desorden
246 con sus uniformes de huérfanas.
247 Plácida Linero tuvo razón: el obispo no se bajó del buque. Había mucha gente
248 en el puerto además de las autoridades y los niños de las escuelas, y por todas
249 partes se veían los huacales de gallos bien cebados que le llevaban de regalo al
250 obispo, porque la sopa de crestas era su plato predilecto. En el muelle de carga
251 había tanta leña arrumada, que el buque habría necesitado por lo menos dos
252 horas para cargarla. Pero no se detuvo. Apareció en la vuelta del río, rezongando
253 como un dragón, y entonces la banda de músicos empezó a tocar el himno del
254 obispo, y los gallos se pusieron a cantar en los huacales y alborotaron a los otros
255 gallos del pueblo.
Sección tercera
256 Por aquella época, los legendarios buques de rueda alimentados con leña
257 estaban a punto de acabarse, y los pocos que quedaban en servicio y a no tenían
258 pianola ni camarotes para la luna de miel, y apenas si lograban navegar contra la
259 corriente. Pero éste era nuevo, y tenía dos chimeneas en vez de una con la
260 bandera pintada como un brazal, y la rueda de tablones de la popa le daba un
261 ímpetu de barco de mar. En la baranda superior, junto al camarote del capitán,
262 iba el obispo de sotana blanca con su séquito de españoles. “Estaba haciendo un
263 tiempo de Navidad”, ha dicho mi hermana Margot. Lo que pasó, según ella, fue
264 que el silbato del buque soltó un chorro de vapor a presión al pasar frente al
265 puerto, y dejó ensopados a los que estaban más cerca de la orilla. Fue una ilusión
266 fugaz: el obispo empezó a hacer la señal de la cruz en el aire frente a la
267 muchedumbre del muelle, y después siguió haciéndola de memoria, sin malicia
268 ni inspiración, hasta que el buque se perdió de vista y sólo quedó el alboroto de los
269 gallos.
270 Santiago Nasar tenía motivos para sentirse defraudado. Había contribuido con
271 varias cargas de leña a las solicitudes públicas del padre Carmen Amador, y
272 además había escogido él mismo los gallos de crestas más apetitosas. Pero fue
273 una contrariedad momentánea. Mi hermana Margot, que estaba con él en el
274 muelle, lo encontró de muy buen humor y con ánimos de seguir la fiesta, a pesar
275 de que las aspirinas no le habían causado ningún alivio. “No parecía resfriado, y
276 sólo estaba pensando en lo que había costado la boda”, me dijo. Cristo Bedoya,
277 que estaba con ellos, reveló cifras que aumentaron el asombro. Había estado de
278 parranda con Santiago Nasar y conmigo hasta un poco antes de las cuatro, pero
279 no había ido a dormir donde sus padres, sino que se quedó conversando en casa
280 de sus abuelos. Allí obtuvo muchos datos que le faltaban para calcular los costos
281 de la parranda. Contó que se habían sacrificado cuarenta pavos y once cerdos
282 para los invitados, y cuatro terneras que el novio puso a asar para el pueblo en la
283 plaza pública. Contó que se consumieron 205 cajas de alcoholes de contrabando
284 y casi 2000 botellas de ron de caña que fueron repartidas entre la
muchedumbre.
285 No hubo una sola persona, ni pobre ni rica, que no hubiera participado de algún
286 modo en la parranda de mayor escándalo que se había visto jamás en el pueblo.
287 Santiago Nasar soñó en voz alta.
288 —Así será mi matrimonio —dijo—. No les alcanzará la vida para contarlo.
289 Mi hermana sintió pasar el ángel. Pensó una vez más en la buena suerte de
290 Flora Miguel, que tenía tantas cosas en la vida, y que iba a tener además a
291 Santiago Nasar en la Navidad de ese año. “Me di cuenta de pronto de que no
292 podía haber un partido mejor que él”, me dijo. “Imagínate: bello, formal, y con
293 una fortuna propia a los veintiún años”. Ella solía invitarlo a desayunar en
294 nuestra casa cuando había caribañolas de yuca, y mi madre las estaba haciendo
295 aquella mañana. Santiago Nasar aceptó entusiasmado.
296 —Me cambio de ropa y te alcanzo —dijo, y cayó en la cuenta de que había
297 olvidado el reloj en la mesa de noche—. ¿Qué hora es?
298 Eran las 6.25. Santiago Nasar tomó del brazo a Cristo Bedoya y se lo llevó
299 hacia la plaza.
300 —Dentro de un cuarto de hora estoy en tu casa —le dijo a mi hermana.
301 Ella insistió en que se fueran juntos de inmediato porque el desayuno estaba
302 servido. “Era una insistencia rara —me dijo Cristo Bedoya—. Tanto, que a veces
303 he pensado que Margot y a sabía que lo iban a matar y quería esconderlo en tu
304 casa”. Sin embargo, Santiago Nasar la convenció de que se adelantara mientras
305 él se ponía la ropa de montar, pues tenía que estar temprano en El Divino Rostro
306 para castrar terneros. Se despidió de ella con la misma señal de la mano con que
307 se había despedido de su madre, y se alejó hacia la plaza llevando del brazo a
308 Cristo Bedoya. Fue la última vez que lo vio.
309 Muchos de los que estaban en el puerto sabían que a Santiago Nasar lo iban a
310 matar. Don Lázaro Aponte, coronel de academia en uso de buen retiro y alcalde
311 municipal desde hacía once años, le hizo un saludo con los dedos. “Yo tenía mis
312 razones muy reales para creer que ya no corría ningún peligro”, me dijo. El
313 padre Carmen Amador tampoco se preocupó. “Cuando lo vi sano y salvo pensé
314 que todo había sido un infundio”, me dijo. Nadie se preguntó siquiera si Santiago
315 Nasar estaba prevenido, porque a todos les pareció imposible que no lo
estuviera.
316 En realidad, mi hermana Margot era una de las pocas personas que todavía
317 ignoraban que lo iban a matar. “De haberlo sabido, me lo hubiera llevado para la
318 casa, aunque fuera amarrado”, declaró al instructor. Era extraño que no lo
319 supiera, pero lo era mucho más que tampoco lo supiera mi madre, pues se
320 enteraba de todo antes que nadie en la casa, a pesar de que hacía años que no
321 salía a la calle, ni siquiera para ir a misa. Yo apreciaba esa virtud suya desde que
322 empecé a levantarme temprano para ir a la escuela. La encontraba como era en
323 aquellos tiempos, lívida y sigilosa, barriendo el patio con una escoba de ramas
en
324 el resplandor ceniciento del amanecer, y entre cada sorbo de café me iba
325 contando lo que había ocurrido en el mundo mientras nosotros dormíamos.
326 Parecía tener hilos de comunicación secreta con la otra gente del pueblo, sobre
327 todo con la de su edad, y a veces nos sorprendía con noticias anticipadas que no
328 hubiera podido conocer sino por artes de adivinación. Aquella mañana, sin
329 embargo, no sintió el pálpito de la tragedia que se estaba gestando desde las tres
330 de la madrugada. Había terminado de barrer el patio, y cuando mi hermana
331 Margot salía a recibir al obispo la encontró moliendo la yuca para las
332 caribañolas. “Se oían gallos”, suele decir mi madre recordando aquel día. Pero
333 nunca relacionó el alboroto distante con la llegada del obispo, sino con los
últimos
334 rezagos de la boda.
335 Nuestra casa estaba lejos de la plaza grande, en un bosque de mangos frente
336 al río. Mi hermana Margot había ido hasta el puerto caminando por la orilla, y la
337 gente estaba demasiado excitada con la visita del obispo para ocuparse de otras
338 novedades. Habían puesto a los enfermos acostados en los portales para que
339 recibieran la medicina de Dios, y las mujeres salían corriendo de los patios con
340 pavos y lechones y toda clase de cosas de comer, y desde la orilla opuesta
341 llegaban canoas adornadas de flores. Pero después de que el obispo pasó sin
342 dejar su huella en la tierra, la otra noticia reprimida alcanzó su tamaño de
343 escándalo. Entonces fue cuando mi hermana Margot la conoció completa y de
344 un modo brutal: Ángela Vicario, la hermosa muchacha que se había casado el día
345 anterior, había sido devuelta a la casa de sus padres, porque el esposo encontró
346 que no era virgen. “Sentí que era y o la que me iba a morir”, dijo mi hermana.
347 “Pero por más que volteaban el cuento al derecho y al revés, nadie podía
348 explicarme cómo fue que el pobre Santiago Nasar terminó comprometido en
349 semejante enredo”. Lo único que sabían con seguridad era que los hermanos de
350 Ángela Vicario lo estaban esperando para matarlo.
351 Mi hermana volvió a casa mordiéndose por dentro para no llorar. Encontró a
352 mi madre en el comedor, con un traje dominical de flores azules que se había
353 puesto por si el obispo pasaba a saludarnos, y estaba cantando el fado del amor
354 invisible mientras arreglaba la mesa. Mi hermana notó que había un puesto más
355 que de costumbre.
356 —Es para Santiago Nasar —le dijo mi madre—. Me dijeron que lo habías
357 invitado a desayunar.
358 —Quítalo —dijo mi hermana.
359 Entonces le contó. “Pero fue como si y a lo supiera —me dijo—. Fue lo
360 mismo de siempre, que uno empieza a contarle algo, y antes de que el cuento
361 llegue a la mitad y a ella sabe cómo termina”. Aquella mala noticia era un nudo
362 cifrado para mi madre. A Santiago Nasar le habían puesto ese nombre por el
363 nombre de ella, y era además su madrina de bautismo, pero también tenía un
364 parentesco de sangre con Pura Vicario, la madre de la novia devuelta. Sin
365 embargo, no había acabado de escuchar la noticia cuando ya se había puesto los
366 zapatos de tacones y la mantilla de iglesia que sólo usaba entonces para las
visitas
367 de pésame. Mi padre, que había oído todo desde la cama, apareció en piyama en
368 el comedor y le preguntó alarmado para dónde iba.
369 —A prevenir a mi comadre Plácida —contestó ella—. No es justo que todo el
370 mundo sepa que le van a matar el hijo, y que ella sea la única que no lo sabe.
371 —Tenemos tantos vínculos con ella como con los Vicario —dijo mi padre.
372 —Hay que estar siempre de parte del muerto —dijo ella.
373 Mis hermanos menores empezaron a salir de los otros cuartos. Los más
374 pequeños, tocados por el soplo de la tragedia, rompieron a llorar. Mi madre no
les
375 hizo caso, por una vez en la vida, ni le prestó atención a su esposo.
376 —Espérate y me visto —le dijo él.
377 Ella estaba ya en la calle. Mi hermano Jaime, que entonces no tenía más de
378 siete años, era el único que estaba vestido para la escuela.
379 —Acompáñala tú —ordenó mi padre.
380 Jaime corrió detrás de ella sin saber qué pasaba ni para dónde iban, y se
381 agarró de su mano. “Iba hablando sola —me dijo Jaime—. Hombres de mala
382 ley, decía en voz muy baja, animales de mierda que no son capaces de hacer
383 nada que no sean desgracias”. No se daba cuenta ni siquiera de que llevaba al
384 niño de la mano. “Debieron pensar que me había vuelto loca —me dijo—. Lo
385 único que recuerdo es que se oía a lo lejos un ruido de mucha gente, como si
386 hubiera vuelto a empezar la fiesta de la boda, y que todo el mundo corría en
387 dirección de la plaza”. Apresuró el paso, con la determinación de que era capaz
388 cuando estaba una vida de por medio, hasta que alguien que corría en sentido
389 contrario se compadeció de su desvarío.
390 —No se moleste, Luisa Santiaga —le gritó al pasar—. Ya lo mataron.