Se puede diferenciar entre el texto y la imagen del mundo que contiene, lo representado, como se diferencia el significante y el significado. Esta diferencia no se distingue bien en la narratología. Porque la narración es, para la narratología, sobre todo lo representado, abstraído del medio material con el que se confecciona. La narración es una entidad anterior y por encima de cualquier soporte.
Sin embargo, la narración tiene su origen en el hablar, no es un abstracto de estructura mental que pueda llegar a ser real sin el lenguaje. Al narratólogo, hasta donde yo llego a entender, le da igual la materia de la representación, el significante, la lengua, y se sitúa en la abstracción de su contenido, está por encima de la lengua, de la materia, del significante empleado en la representación, es algo variable y secundario.
Se desentiende del lenguaje que, para él, es un medio como los demás. Y, entonces, la estructura de la narración es principalmente la estructura de lo representado. Digamos: el argumento, el mundo narrado, sus personajes, la trama entre ellos, principio medio y fin, los conflictos, desenlaces, la composición de la trama argumental, visión literaria de las obras narrativas.
El mundo narrado puede estar representado por medios gráficos y visuales variables, como los cómics o el cine. Y el lenguaje, la lengua propiamente o las lenguas, es uno de ellos. Cuando está en el origen de todos. Y todos están en deuda con el relato lingüístico, con el hablar del pasado.
Es paradójico que los que enseñan a narrar, en la proliferación presente de talleres narrativos, futuros escritores, no se les enseñan a escribir. Si enseñan lengua, enseñan gramática, lo que significa enseñar otra cosa, no la lengua, sino su metalenguaje gramatical. O bien, eluden el texto. Profesores de lengua o profesores de literatura, que se entretienen en dar consejos para idear personajes y conflictos, suscitar interés y sostenerlo, repetir incansablemente que la narración tiene principio, nudo y desenlace. ¿Para qué vale eso?