Mostrar y hablar

Completo la materia tratada en varios lugares, como en el capítulo 33 de El texto de la narración en español. PDF, descargable sin coste, pero no es repetición de lo dicho en él. Aporto aclaraciones que me parecen necesarias para denunciar como falsa la noción clásica de que la narración está vinculada al pretérito y se escribe poniéndolo todo en el pasado; y sobre otra equivocación: la presunción de que el narrador lo cuenta todo, que su voz y su perspectiva está sosteniendo la representación y que un narrador es el sujeto hablante de toda la historia y a veces ocultamente.

 Estas nociones, a mi juicio desorientadas, están tan reciamente arraigadas, que hace dificultosa la comprensión de lo que sostengo. El mismo Martínez Bonati está en ellas, cuando alguna vez se refiere a un hablante básico al que atribuye la representación (básico equivale a inexistente) o cuando explica el presente histórico como «aura de amaneramiento».

La representación, o mostración, tiene la naturaleza de un objeto confeccionado con palabras. Las palabras son su materia como la madera es materia de objetos labrados en ella. Una pieza de madera, una simple cuchara o una figura, está ahí visible en su ser de objeto. Puede colocarse en una vitrina o expositor. Algo en un sitio. Los objetos, sobre todo si no son de uso, se miran, se contemplan. Un cuadro pone ante mirada el mundo que representa.

El hablar tiene otra naturaleza, es una actividad, es la comunicación iniciada por alguien, es un decir, son palabras sostenidas por una persona. Una voz, a veces no se dice más, porque en la narración es como si hablara una persona desconocida.  Si no se estaba  en contacto con alguien antes de que hablara, al oír una voz, no sabemos quien es y se indaga para atribuir las palabras a un sujeto ¿Quién es el que habla?  Ante la voz que habla, no se está ante un objeto.

En el texto de la narración encontramos estas dos categorías.  Lo representado y lo hablado. La objetividad y la subjetividad. Lo que está ahí mostrado y lo que alguien dice. La voz que se oye y se atribuye a un narrador y la representación de una historia.

La relación entre estas dos categorías la encontramos al situarnos ante un hablante que confecciona una representación. Cuando se le presenta la necesidad de contar un suceso pasado, ese momento es la situación en la que nace el mostrar, la originaria. En esta situación se encuentran alguna vez todos los hablantes. Ocurre en la conversación, en el lenguaje oral. La comunicación presencial, que es lo nativo y en la que se encuentra origen de todo lenguaje, la oralidad a la que hay que regresar necesariamente siempre cuando se busca su raíz. 

 En esta situación primaria de comunicación, al contar el suceso, uno de los hablantes confecciona su representación. Cuenta una historia pretérita desde su presente de comunicación. Desde el presente de su acto de hablar se refiere a lo pasado y cuenta su historia con los verbos con que se habla del pasado. La representación del acontecimiento pretérito pertenece al hablante, él es quien la da, y en el trascurso de su hablar acierta o necesita representar un suceso. Esa representación está vinculada a su ser real, a su tiempo presente, a su hablar, a su acto comunicativo. Por contar un suceso pasado se llega a confeccionar la representación del suceso que quiere darse a conocer. Un objeto hecho con palabras.

El oyente que escucha la historia pasada, el suceso en su representación no deja de estar situado ante el hablante, que le refiere la historia. La representación ha nacido en su hablar.  Empezó escuchándole y, al seguir las peripecias representadas del suceso, está pendiente de su palabra. La comunicación, la actividad del hablante, su persona viva se impone y domina. El tiempo pasado de la historia está vinculado al presente del hablante y de la comunicación viva, presente también del que escucha.

De este cuadro originario nace el concepto clásico de que la narración es contar un suceso pasado o situado el pasado. La consecuencia contradictoria surge prontamente:  si se representa un suceso del pasado, que ya no existe, se puede representar también un suceso imaginario que nunca existió. Y en este caso se toma al narrador por falso y mentiroso.

Y surge además otra derivación. Con el tiempo las representaciones, como objetos confeccionados con palabras, se desprenden de su hablar originario que se olvida o se ha desvanecido. En la representación misma del hablante no queda huella.  Ha desaparecido la actividad de la comunicación y nos queda la representación como objeto.

Y el caso es que estos objetos, las representaciones, están ahí, sin que nadie las entregue. Si nos situamos en el mundo de la oralidad sin escritura, hace falta que las representaciones se conserven en la memoria y se reciten o interpreten, como las melodías. También son objetos, pero no tienen soporte material que permita guardarlos en una habitación. Lo hace el intérprete, el juglar, el recitador, el bardo, que lo gurda en su memoria.

 Pero en la cultura escrita la representación es un objeto de lenguaje en materia sólida, y el que la encuentre puede interpretarla para sí mismo. No necesita hablante ni tampoco interprete. Ante el objeto es espectador, no puede ser oyente, nadie le habla. Si fuera una partitura musical, la entonaría para sí. Quien da actualidad a la lengua de una representación es el lector que la contempla por medio de su lectura.

En esta deriva de los hechos la representación como objeto sin hablante es lo primario. Nadie me la da porque está ahí y como es un objeto no necesito a nadie que me la diga, el que la encuentra la presencia y la interpreta para sí. El que la tiene ante sí, se encuentra ante la objetividad de lo representado y no necesita la subjetividad de la comunicación con persona alguna. No puede ser oyente. Los objetos no hablan, se presencian con los sentidos.

En la cultura escrita, en la representación escrita, el que actualiza la lengua de la representación es el espectador que lee. Puesto que no recibe la representación o la historia de un hablar. Es primaria la representación o más bien la lectura y contemplación y al tratarse de una lengua objetivada, la actualiza el contemplador.

Las representaciones de sucesos se escriben en tiempos pretéritos. ¿Por qué razón? Esto se debe a su origen y además es necesario que sea así por a la misma naturaleza de la representación, que requiere sucesos completos. Esto ya está explicado en otro lugar desde una perspectiva lingüística. Es lengua y la lengua supone un hablante de ella, como la pintura supone un pintor, pero el cuadro no pone al pintor que la hizo delante. El cuadro es un objeto. No es una actividad, la actividad pertenece las personas. Ese objeto pertenece al museo o al espectador.

Se trasforman las situaciones. El hablar acerca del pasado conduce a lo representado y a la confección del objeto; y el objeto, desprendido del hablar es lo que tiene delante un espectador. Y ya lo primario no es la actividad de un hablante. Lo primario es la contemplación de la historia como objeto, se pasa a lo contrario: el objeto en sí mismo es lo que tiene delante un espectador, que va a la contemplación directa. La voz no actualizada la lengua la oye el espectador. Esa voz no es un acto de comunicación deficiente. El lector de un texto narrativo se mete en la representación y actualiza como oyente la voz desactualizada del que habla.

José Antonio Valenzuela