El paso de hablar a representar

La secuencia de tres pasos del título de mi libro: HABLAR REPRESENTAR NARRAR,  procede de la observación de la conducta que se despliega con el uso del lenguaje. La comunicación hablada es el primer empleo de la lengua. La oralidad es la cuna esencial del lenguaje. Este hablar, como primer uso, es naturalmente un acto de presente y se refiere y mencionan las realidades presentes. En un segundo momento se adoptarán como referencia las realidades del pasado. En presente y desde él se habla de lo que pasó. Cuando se habla del pasado se cuenta un suceso, la vida de la que se habla son los sucesos ocurridos.

En la comunicación pueden intervenir muchas personas, la palabra corresponde a una sola, las restantes son pasivas, al menos hasta que les llega el turno y puedan intervenir activamente. 

El que escucha o los que escuchan, la audiencia, no tienen número definido, todos y cada uno están pendientes de la persona que relata lo pasado. Entre ambas partes se establece un compromiso, porque es un hecho vivencial, real, que conlleva consecuencias para los parcicipantes: liga las conductas.  El hablante se impone con su persona y su voz, con sus gestos, con su actualidad presente, sobre el oyente o los oyentes, que están como obligados a no desentenderse de la comunicación establecida. No pueden o no deben, por compromiso, interés o educación, apartar su atención de quien les habla. Tampoco en el caso de que hable del pasado.

Pero este compromiso de escuchar la historia se puede debilitar, quizá el oyente bosteza y se ausenta de la comunicación establecida, distrayéndose o desperdigándose en otras cosas. El hablante nota la falta de interés en lo que dice. Aunque esa desatención hacia el hablante también se ocasiona por lo contrario, por un reforzamiento del interés hacia la historia y menor hacia el hablante. La representación que confecciona el hablante, hace que la atención se centre en la misma historia y se desconecte de quien la relata. Y sucede que el hablante puede tener también este mismo propósito: desaparecer. Quiere que se enganche con su historia. Y no reclama la atención sobre sí y no habla de sí mismo, muestra los hechos en tercera persona, desaparece, confecciona una mostración objetiva.

Se comprende que, en el relato oral de una historia pasada, el oyente incline su  atención sobre el asunto y pierda el contacto con el que, hablando, la cuenta en presente. Y si el mismo interés tiene el  hablante, la conexión desaparece. Puede llegar a tal punto la enajenación que produce la historia en el oyente, que no perciba la presencia del mismo que narra. Si el mundo de la historia representada capta toda la atención, se pierde el contacto con él narrador, puesto que la conexión se establece entre el espectador y el mundo representado y desaparece la atención y el comprominso con el campo, el tiempo y la persona o del elemento mediador. Se ha establecido un puente por el que se pasa al otro lado del río, y queda prendida la atención en el otro lado; el puente es mero tránsito, y se olvida.

Olvida el espectador que alguien le está hablando. Porque en realidad no le está hablando nadie, lo que hce es abrir una cortina y poner ante su oyente el panorama de la representación, el escenario de un mundo ausente, ya pasado e ido. Puesto que el mundo pasado ya no se puede presenciar, es necesario hacer de él una representación. La presencia, es decir, el presenciarlo, es un espejismo y produce la enajenación. Por lo que se deduce que la representación nace del pasado. Y responde a una necesidad de verlo y preservarlo.

Como la intensidad de la representación fuerza y provoca la desaparición del hablante narrador -la representación no le necesita- se constituye sin él, y por lo tanto en tercera persona, en ella nadie habla. Es decir, la forma más limpia de representación es la objetiva, tercera persona, nadie habla al lector.

La objetividad de la representación es la más conveniente para que el narrador desaparezca y sea sustituido por la acción y escenario, en lo que se refiere a la captación de la atención. En ella ya no hay hablante real ni oyente real. Este fenómeno es propio de la conducta; no pertenece a la estructura íntima del lenguaje, pertenece a la comunicación, a la vida en la que emplea el lenguaje. A la presencia o ausencia del hablar verdadero como hecho experimentable.

Por esta consideración se entiende que, entre el hablar actual del narrador, entre el acto presente de su persona, entre el discurso que emite, por un lado ; y por otro, la representación del pasado, que es solamente lenguaje y texto, un objeto presenciable, se produce un contraste y contraposición. Entre el hablante actual y la representación del pasado, se origina un ir y venir de la atención entre polos extremos: presente del hablante, pasado de la representación del suceso. Esta es la conversación entreverada con relatos pasados. Un ir y venir. La experiencia común dice que no es fácil atender a dos cosas a la vez: al hablante, con el íntegro compromiso de la comunicación, y a lo representado, con la fuerza de su espejismo.

El hablante se hace ausente y lo ausente -el suceso pasado- se hace presente. El compromiso con el hablante se relaja, se pierde y se diluye la comunicación hablada. Y el narrador se hace inmanente al texto, queda fuera de toda realidad. Y la representación es  todo.

Se produce un movimiento de oscilación -observable en la experiencia común-, pero no puedo traer ejemplos de esta transición por la dificultad de recogerlos de la realidad fluida. Pero se observan de hecho en la conducta hablada. El camino que va desde el hablar del pasado a la formación de la representación, enteramente independiente del hablar. Se infiere que entre estos extremos hay un tramo de transición. Los extremos son el hablar actual y el texto objetivo de la representación. Son entidades evidentes y bien definidas. Quizá sea necesario mostrar o demostrar, que por su carácter evidente, se convierten en dos modos inequívocos de realizarse la lengua .

Pero la transición y el paso de uno a otro, se lleva a cabo en sutiles y variadas formas de conducta. La  descripción que hago resulta de imaginar esos momentos en los que se cambia de registro. En general, lo que sucede es que se deja momentáneamente de hablar y se hace una representación del suceso o de parte de él y se pasa de nuevo al hablar. Por lo tanto, parece que en este momento intermedio, la representación se realiza, cuando todavía no ha desaparecido por completo el hablar y por lo tanto alternan entre sí, alternan no se funden en uno, porque no son compatibles. De modo parecido se observa que no es compatible que dos personas hablen al tiempo. Este fenómeno puede apreciarse en breves momentos de cualquier conversación.

Es un fenómeno oscilante, durante un tiempo, entre sus extremos: el completo hablar de la comunicación real y la representación autónoma y pura, en la que nadie real habla. La novela autobiográfica pueden servirnos de ayuda. Desde luego en ella no hay vida real, pero está representada la vida real. Y por esta razón podemos encontrar en ella la oscilación que he mencionado antes.

El caso es este: un personaje (figura representada y con un hablar inauténtico, no real) habla en los diálogos con otros personajes, todos dentro del mundo representado. Pero si su hablar consiste en contar su historia; (lo que puede hacer, se representan todos los rasgos del hablar real, sin serlo). Entonces el personaje que cuenta la historia es réplica del hablante real cuando representa su pasado.

En un relato autobiográfico, ¿a quién cuenta la historia el personaje que habla?  Una novela autobiográfica, por ejemplo, empieza así: Nunca podré olvidar aquel día… La frase anuncia que un personaje hablará de su pasado, no se sabe todavía quien es ni que nombre tiene; hasta que más adelante se lee: Mi nombre es Cayetano, aunque todos me llaman Tano.  ¿A quién habla? Supuestamente a los lectores.

Cuenta la aventura de su vida personal y los sucesos en los que participó. Habla de él: paso a referir quién es el que esta historia escribe. Es personaje y hablante, o escritor, que se presenta como autor y narrador de la historia, la suya y de otros. El personaje es narrador de lo representado, parece que la historia la cuenta él mismo.

Nadie puede pensar que cuente los sucesos de su vida a alguien que esté fuera de la representación. Un personaje es figura dentro de la representación y no tiene capacidad de dirigirse al lector. Su historia nace en su hablar de personaje. Como el hablar real es irrestricto, y se puede decir todo, puede hablar del pasado y representarlo. Esto es exactamente lo que hace un hablante real cuando cuenta su vida. Y nos encontramos ante una replica de esa realidad.

Si tienes un amigo pescador y te cuenta, como hazaña, la captura de un salmón en el río. Puede suceder que te interese tanto la captura misma, que el amigo pase a ser una parte de la aventura, es decir, de la representación. Se convierte en personaje, aunque hable de sí y en primera persona, es personaje. Entiendo por personaje la persona real representada. Pero puede volver a ser comunicador real cuando se termina el relato y se reanuda la conversación.

En la lectura de la novela autobiográfica de Sánchez Adalid, Treinta doblones de oro, observamos el paso entre el hablar y el representar. Cayetano habla como persona y como escritor: Volviendo al punto inicial del presente capítulo, diré que pasaron las fiestas de la Natividad del Señor…  Pero muy pocas veces se pueden encontrar estas frases. En la historia que cuenta Cayetano, él se incluye dentro de la representación como personaje, y habla de sí mismo.

Se hace un personaje de ella, y viene a ser el caso del pescador que desaparece como hablante real y nunca vuelve a restablecer la conversación hablada real. De modo que el tránsito entre el hablar y el representar es breve y sin consistencia e inestable. En la autobiografía podemos observar el caso real, el planteado al principio. En la simulación de lo real. Nunca podré olvidar

Estamos ante una alternativa: o el que cuenta su pasado es persona real, en comunicación real con quien escucha, o no lo es. Si no se puede verificar su realidad estamos ante un personaje. En todo caso, estamos ante una situación sin resolver aún. Es decir, no podemos asegurar si me habla alguien o estoy ante una representación. Por lo que se puede afirmar que la autobiografía consiste, digamos que siempre, en la narración de un personaje representado. Incluso aunque ese personaje sea una persona real que cuenta sus memorias. Puesto que si domina la representación sobre el hablar, se ha convertido en personaje representado y su hablar desde ese momento es imitado. Hace la representación de si mismo contando una historia. En la autobiografía encontramos que esa oscilación que se debate entre el hablante real y el carácter  de personaje de ese hablante es efímera y no se puede sostener.

Por otra parte, el narrador, la voz del narrador, la que habla en cualquier relato es inmanente y está fuera del hablar real. Pero su estatuto lógico y estructural no es el hablar del personaje. Aunque los dos son hablantes.

En este punto conviene aclarar la posible confusión que se da entre representación y ficción. Lo representado es imagen de algo ausente, pero no tiene por qué ser ficción. El pasado de un suceso real está ausente, pero no es ficción. El pasado necesita ser representado, puesto que es ido. Y lo puede representar la persona que habla y por lo tanto lo hace presente. De modo que se dan las dos circunstancias al tiempo, representación, la persona representada, que llamo personaje y la presencia viva de ese personaje, es decir, la persona. Este es el caso del pasado mencionado por una persona presente. Esta persona es representación en la historia y es realidad viva en la conversación. Personaje y persona de modo simultáneo.

Si el pescador refiere la captura del salmón, sus amigos le tienen presente como hablante actual de la conversación y le tienen también presente de otra manera, porque el momento del pasado lo esta representando, haciendo presente,  con su historia.

 La captura es cosa del pasado y hay que representarla. El amigo que escucha está ante los dos, que son el mismo, pero los ve de diferente manera. Coinciden, pero en el suceso de la pesca es figura representada. Y cuando deja la historia y se habla de otra cosa es él en persona.  La inestabilidad de esta situación proviene de la conducta, de la misma conversación. Cuano habla es persona y personaje, va y viene.

El hablante, la voz autobiográfica, en el caso de la ficción, no es hablante verdadero nunca, ni lo es ni lo ha sido. Por ser ente de ficción se encuentra dentro de la representación y en ella habla como personaje. No puede hablar como persona nunca. Como hablante autobiográfico es ficticio y como figura representada es simplemente una figura representada. El ser figura representada, es decir, personaje, no supone que sea necesariamente ficticio, puede ser real, como en el caso anterior, pero lo sabemos extralingüísticamente, es decir, no por la lengua misma, por verificación externa, ahora sabemos que es ficticio porque sabemos que es una novela. Y este es un conocimiento extralingüístico.

Contrastando el relato del pescador de salmón y el relato de Lázaro o de Cayetano vemos la diferencia. El pescador es un ser actual, que puede estar cerca con su compromiso de hablante y con Lázaro o Cayetano no puede darse esa cercanía real y actual porque son seres ficticios.

Cuando en una representación no autobiográfica se oye una voz de persona que habla -distinta se entiende de las voces de los diálogos- estamos ante esta tesitura: o es persona real o es voz inmanente y de narrador. La voz inmanente no es real, y nunca puede convertirse en voz de persona real, porque romperla la narración y nos llevaría al hablar verdadero, contrapuesto a la representación pura. Entre hablar real y representación se da un equilibrio inestable.